sábado, 19 de enero de 2019

AQUEL CÁDIZ DE 1702 IV



           El 30 de junio de 1701, se había recibido en el cabildo del Puerto de Santa María una carta del marqués de Leganés, en la que ordenaba buscar alojamiento para las milicias de la Compañía de Caballería que estarían al mando del teniente general D. Félix de Vallarón.

            En diciembre de ese mismo año, las galeras de Francia arribaron al río Guadalete para unirse a las que integraban la armada española, con el fin de pasar todo el invierno protegidas con palmas, según las instrucciones del marqués de Montelui, comandante en jefe de las galeras.

            En mayo había jurado como Capitán General, D. Francisco del Castillo y Fajardo, marqués de Villadarias, experto militar que prepara las milicias de infantería y caballería para hacer frente a la amenaza que se cierne sobre el Puerto, preparando a sus soldados para que se hallen listos a ocupar sus puestos de defensa. Había acudido a la ciudad gaditana desde Ceuta, que estaba siendo asediada por fuerzas musulmanas. Dos meses después, en julio, se procede a ordenar el reparto de las armas al cabildo, aunque surgen dudas sobre quién ostentaba la competencia para hacerlo, si las autoridades locales o los capitanes de las milicias. Estas, provenían de ciudades como Jerez, Sevilla y el Puerto, pero se trataba de gente inexperta para la guerra, trabajadores del campo, y se plantea un problema frente a los ejércitos veteranos enemigos, además de hallarse en clara inferioridad numérica.

            La plaza de Cádiz contaba con un buen sistema de murallas, como el Campo del Sur, disponía de cañones nuevos, ayudada por los fuertes de Matagorda y Puntales, bien pertrechados, que cerraban el paso al segundo seno de la bahía, que ofrecía mejor terreno para el desembarco. En cambio, el Puerto de Santa María adolecía de murallas muy antiguas, caídas y derribadas hacía tiempo, sin renovar, tenía barrios fuera del perímetro amurallado, debido al crecimiento de la población, sin proteger, como ocurría en las ciudades de Rota o Jerez. Solamente el castillo de Santa Catalina alcanzaba un nivel suficiente de defensa junto a Cádiz, ante la flota invasora. El duque de Medinaceli había venido descuidando demasiado estas defensas a lo largo de los años, debido entre otras cosas a la mala política económica y la falta de recursos. Ahora era demasiado tarde.

            Cerca del castillo de Santa Catalina se hallaban los baluartes de Fuente Bermeja, y La Puntilla, pequeños, poco artillados y deficientes en sus materiales. No había casi reductos ni parapetos para la gente de guerra, que tuviesen una eficacia realmente buena.


Las fuerzas españolas.

            En 1702, las tropas que entablarían combate en El Puerto de Santa María, en Cádiz, estaban compuestas en principio por los 150 hombres de infantería dirigidos por el Capitán General, marqués de Villadarias, una compañía de caballería compuesta por 30 jinetes al mando de D. Félix de Vallarón, mientras en Cádiz había 300 hombres al mando de un napolitano, el marqués D. Escipión Brancaccio, gobernador de la plaza, unidos a las milicias urbanas de las citadas localidades, que habían sido reclutados para formar en la línea de avance costera, y patrullar la zona en prevención de un ataque.


            Entre los nombres que han llegado hasta nosotros, figura el sargento mayor de la costa, D. Martín Díaz de Mayorgas, encargado de revistar las milicias de Rota y El Puerto de Santa María, el capitán Francisco de Arévalo, que había sido el encargado de vigilar la bahía para ver aparecer la flota invasora, o el cabo de Escuadra de a caballo, Roque Ramos, encargado de comunicar a Villadarias la noticia del avistamiento del ejército enemigo.

            En Rota había una compañía de 60 caballos al mando del capitán D. Juan de Vera, el único oficial, bajo las órdenes de su corregidor D. Francisco Díaz Cano, más tarde acusado de rendir la plaza al enemigo.

            El castillo de Santa Catalina contaba con una defensa de 28 cañones de mediano calibre (8 a 12 libras), el fuerte de Matagorda con 18 cañones similares y 50 hombres de dotación, mientras el fuerte de Puntales contaba con otros 28 cañones iguales. La flota de defensa en primera línea estaba formada por 6 galeras españolas y 3 francesas, además de 3 navíos españoles, que harían frente a la flota si lograba traspasar el primer seno de contención.

            En la bahía de Cádiz, esperaban fondeados 4 bajeles y 6 galeras de Francia, comandadas por el conde de Fernán Nuñez, a pesar de saber que aquellas fuerzas serían insuficientes desde el primer momento. El sargento mayor de Cádiz, D. Francisco Melo, había entregado al barquero Pedro Enríquez municiones para Rota, por haberlo solicitado su gobernador, pero antes de salir, fueron confiscadas para El Puerto de Santa María, por estimarlo más necesario, y que consistían en 500 balas de mosquete y arcabuz, y 4 barriles de pólvora.


Hacia la guerra

            Después de 4 días de navegación desde las islas británicas, y tras detenerse en Lisboa, para recoger al príncipe Jorge de Darmstat, antiguo virrey de Cataluña que habría de representar a la Casa de Austria, la flota aliada llegó a Cádiz sin hallar rastro de la Flota de las Indias, su principal objetivo. Cuando finalmente aparecieron en el horizonte gaditano, el corregidor del Puerto de Santa María, D. Antonio de la Rocha Solís, reunió apresuradamente al cabildo en consejo, decidiendo colocar vigías  para controlar los movimientos del enemigo. Se tocaron las campanas de las iglesias, se encendieron las almenaras de las torres de costa y la gente comenzó a recoger sus enseres, con la intención de abandonar sus casas.

La Flota aliada se reunió acordonando toda la bahía de la ensenada entre Rota y el límite del primer seno de Cádiz, listos a presentar batalla sin previo aviso, aunque no atacaron nada más llegar, puestos que se les presentaban varios problemas... La Armada aliada estaba bajo el mando del almirante George Rooke, que navegaba en el navío Ranelagh, y la infantería de tierra, bajo las órdenes de James Butler, duque de Ormond, que eran asistidos también por el barón Sparr, al mando de las tropas holandesas, y el almirante Allemond, al mando de la flota bajo pabellón de las Provincias Unidas; se trataba de una fuerza de unos 14.000 infantes, sin sumar la tripulación de las naves, con la que alcanzaría un ejército de más de 30.000 hombres.


            La primera noche, los altos mandos de la escuadra tuvieron que hacer consejo de guerra para decidir el mejor plan de ataque. La primera idea de atacar Cádiz inmediatamente fue descartada, porque su artillería era demasiado peligrosa para las naves, al dominar poderosamente el paso. La idea tan fácil que habían tenido de dominar el conflicto y al pueblo, en dos días, les contrariaba de un modo contundente. Tuvieron que hacer aguada para la flota, y en el desembarco, a pesar de estar protegido por la poderosa artillería naval, sufrieron unas cuántas bajas, para lograr llenar apenas unos barriles de agua en una fuente, cerca de la playa de las dunas, cañoneados por las baterías de Santa Catalina y los baluartes cercanos.

            Los ataque llevados a cabo por sus bombardas, apenas causaron unos pequeños daños en la torre principal del castillo, antes de retirarse. Al día siguiente, tuvieron que fondear los bajos para asegurar una cabeza de playa, que no obstante, quedaría demasiado lejos del lugar aconsejable. Cuando por fin lograron hacerlo, pusieron pie en tierra por los Cañuelos, pero un imprevisto temporal les echó muchas lanchas a pique, causándoles muchos muertos, y las operaciones se hacían lentas y dificultosas. Se ordena atacar Rota en primer lugar, para asegurarse el acceso por tierra. El 26 de agosto de 1702, sobre las 10 de la mañana, la flota invasora comienza a bombardear intensamente los baluartes y el castillo de Santa Catalina desde el mar. Echan botes al agua y desembarcan unos 6000 hombres en los barrancos de los Cañuelos, a los que enseguida presentará combate Vallarón con su caballería, pero la enorme superioridad numérica de los enemigos, descarga una cerrada fusilería sobre los españoles, muriendo todos, incluido él.

            Una vez en Rota, los oficiales superiores aliados envían una carta al gobernador de la ciudad, D. Francisco Díaz Cano, y las autoridades del cabildo, invitándoles a rendir la plaza, abrazando la causa austracista. Sin embargo, considerando que es imposible enfrentarse a un ejército como aquél, deciden abandonar la ciudad por la noche, amparados en las sombras, llevándose todo lo que pueden cargar con ellos. Más tarde, Díaz Cano se reuniría con Villadarias para informarle de la pérdida de Rota el 27 de agosto a manos de los invasores, los cuales se beneficiaron del muelle de su puerto para hacer el desembarco con seguridad. Llevaban 2000 caballos frisones y 12 piezas de artillería de campaña.

            Una vez organizado, el ejército enemigo se dirige por tierra hacia el Puerto de Santa María, atravesando los campos del oeste. Desfilando en compañías, avanzaban tocando tambores y clarines militares, con sus enseñas y pendones. El duque de Ormond repite el protocolo, enviando una carta a Villadarias, que la contesta negándose rotundamente a la rendición, y reconociendo como su rey a Felipe V. El duque vuelve a instarle a capitular, a lo que el Capitán General español vuelve a negarse.

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