lunes, 16 de diciembre de 2013

EL LEGADO OCULTO: Enigmas de la Historia I


            Hace millones de años que los hombres comenzaron a evolucionar. No sabemos exactamente todos los pasos que se han dado en cada período concreto para discernir con total seguridad cuándo apareció en su mente la imagen de una rueda, del fuego o del idioma, si contamos con nuestro pasado más remoto, pero cada día hallamos nuevas pistas sobre los momentos precisos en que nuestros antepasados lograron descubrir algo nuevo, o algo más avanzado para mejorar sus vidas, y para garantizarles nuevas formas de desarrollarse.
            A pesar de todo, hace mucho tiempo que esa carrera por la evolución quedó teóricamente truncada. Hubo un momento en que la línea de avance se cortó definitivamente, aunque no bruscamente, sino repartido entre distintos sucesos históricos que pudieron propiciar la caída a un abismo de retroceso cultural e intelectual, sustituyendo todo lo alcanzado, por un presente sumido en el caos y la barbarie, gracias a la llegada de pueblos destructores, y a la mentalidad materialista que desplazó a la mentalidad científica, casi del mismo modo que vuelve a ocurrir hoy, en pleno siglo XXI, con la diferencia de que ahora, ya no hay nada que proteger, nada que defender prácticamente, salvo la vida más básica que nos ayude a mantenernos vivos, lo cual sería fiel reflejo de la vuelta a los tiempos prehistóricos.
 
            Puede que aquel momento crucial corresponda al siglo IV de nuestra era, en que las tribus del norte de Europa se abalanzan sobre el ya decadente imperio romano, o puede que las Cruzadas no enseñaran lo suficiente a sus protagonistas, como para aprovechar con beneficio todo aquello que fugazmente se trajo de oriente gracias a los sufíes, con la consecuencia de que el descubrimiento del Nuevo Mundo, en el siglo XV, abriese un nuevo espacio de aniquilación de culturas ancestrales, trasladando después al viejo continente el gen de la ambición más funesta, el ansia de oro y de poder o el empeño por sustituir a Dios en su poder sobre los hombres. La locura y la enajenación manifestada en 1945, acabada la II Guerra Mundial, así lo demuestran.
            La controversia sobre qué momento histórico deberíamos tomar como guía, para establecer aquella ruptura con el esplendor de la sabiduría y de la ciencia, es toda una batalla entre expertos, científicos, arqueólogos e investigadores, que levantan sus teorías más trabajadas y nudosas sobre hallazgos y pistas que no cesan de aparecer, volcando en tierra una y otra vez todo lo supuestamente seguro. Cada nueva pieza, cada nuevo dato, no deja de poner zancadillas a lo que creemos que es lo definitivo, lo auténtico, y nos obliga a volver otra vez sobre nuestros pasos para estudiar y encontrar orígenes o secretos que se nos resisten, que se esconden a nuestros ojos, a nuestros esfuerzos, aunque gozan de soltar un poco de cuerda para atraernos con sus vestigios, totalmente reveladores, que demuestran que continúa habiendo algo que se nos escapa, algo que queda por desenterrar, y que nos promete descubrimientos apasionantes jamás conocidos.
            En 1902, un pescador de esponjas bucea como había hecho cientos de veces, en aguas situadas entre las islas de Citera y Creta, hallando los restos de un curioso pecio romano, hundido por una tormenta entre los años 50 y 40 A.C. El hallazgo, rodeado de montones de objetos que transportaba la nave para su comercio, estaba ubicado dentro de una pequeña caja de madera prácticamente destruida por el mar y el tiempo, pero ofreció al mundo la espectacular colección de un sistema compuesto por unos 30 engranajes, perfectamente conectados, construidos y montados, fabricados en bronce, supuestamente para ser usados como complejo astronómico o matemático, por sabios de la época. Además, el complejo de ruedas de diversos tamaños, debía servir para anticipar los movimientos de la luna y predecir los eclipses, algo realmente impresionante para una época situada en ese punto, si tenemos en cuenta que el primer reloj, tal como hoy lo conocemos, se pudo desarrollar en la época del Renacimiento, y a partir de 1519, Leonardo Da Vinci, proyectaba relojes para ser usados en iglesias y catedrales, que marcaban la hora accionada por diversos pasos de ruedas y piñones. Fue el astrónomo danés, Olaf Roemer, en 1674, cuando propuso la velocidad de rotación con velocidad angular, mediante el perfil del diente en epicicloide, y el ingeniero Robert Willis, a partir de 1800 quien propuso el empleo de engranajes intercambiables, aunque ya el suizo Leonhard Euler, en 1707, había puesto en práctica la aplicación del diente en envolvente.
 
           Como podemos observar, estamos viajando a través de una época regada con los conocimientos que facilitó la puerta abierta posteriormente por la Revolución Francesa, al desarrollo de la Ilustración, que no casualmente, animó a los estudiosos a interesarse por la ciencia nacida a partir del período del antiguo Egipto y el tiempo de los faraones, momento en el que pudieron enraizarse los saberes ancestrales que después se fueron amasando en la gran Biblioteca de Alejandría, madre de los mayores depósitos de conocimiento y sabiduría que hayan existido jamás, sede de las mejores escuelas de sabios, arquitectos, historiadores, médicos, filósofos y matemáticos de todos los tiempos, cuyas salas poseían más de 900.000 volúmenes escritos en todas las lenguas conocidas del mundo antiguo, guardados y conservados en papiros llegados de casi todos los reinos que en aquel entonces existían bajo el sol, una vez que Marco Antonio cedió a Cleopatra otros 200.000 volúmenes traídos de la biblioteca de Pérgamo. En ella se depositaban las obras de Arquímedes, de Aristóteles, los estudios geográficos del navegante Piteas, de Apolonio de Rodas, que aportó más de 800 ensayos a la biblioteca, buen conocedor de las obras de Homero, estudios sobre el mundo conocido de Eratóstenes, y otros muchos más.
            Fue durante las revueltas del siglo IV d. C. cuando el enfrentamiento entre el egipcio Aquila y el general romano Julio César, produjeron la destrucción de la magnífica biblioteca, al parecer, por haberse extendido el incendio de las naves del puerto tierra adentro, propagando el fuego a diversos edificios, entre ellos el anhelado centro del saber que en aquella época se conservaba. Fuera como fuere, lo cierto es que aquel maravilloso patrimonio desapareció, y el legado antiguo tan largamente acumulado, se transformó en cenizas para siempre, sin que jamás pudiera ser recuperado, copiado o protegido de ninguna manera, para las futuras generaciones y civilizaciones que habrían de venir, pues solamente se pudieron salvar 40.000 documentos antiguos de todo lo acumulado.

           Existen ciertas doctrinas, según las cuales la civilización del siglo XXI, tal como hoy la conocemos, habría experimentado, a partir de la destrucción de la biblioteca de Alejandría, un retroceso que se podría valorar entre 800 y 1000 años al momento histórico en que ahora nos encontramos. El hallazgo del pecio de Anticythera así lo podría confirmar, ya que se puede deducir fácilmente, qué tipo de cultura y conocimientos se podría hoy día poseer, de haberse desarrollado tal contingente de ciencia entre las generaciones que han mediado desde aquel tiempo. Recordemos que la mayoría de los medicamentos que han venido librando a las personas de la muerte, tienen una edad de unos 150 años como mucho, el avión tomó forma auténtica en el primer tercio del siglo XX, a pesar de que se tiene lejana noticia de los proyectos de vuelo, que el submarino se perfeccionó casi terminada la Gran Guerra, y que algunos de los mayores logros en la medicina actual ven la luz a partir de 1930, con lo que se puede afirmar que nuestra vida, como se configura ahora mismo, es un bebé al que le están saliendo los dientes. Y sin embargo, no siempre fue así….
 

 

martes, 12 de noviembre de 2013

EL MISTERIOSO CASTILLO DE MANZANEROS.


 
            Ávila es una bellísima provincia rodeada de vestigios históricos verdaderamente apasionantes, diseminados por todos sus rincones, de norte a sur, algunos de ellos celosamente conservados, otros tan desaparecidos que no se sabe a ciencia cierta si existieron, o si forman parte de la leyenda nacida en el albor de las tinieblas.

            Esta belleza que Ávila posee, al estilo de una sultana tímida y discreta, está principalmente representada por sus ciclópeas murallas, sus innumerables iglesias y sus calles estrechas medievales, pero no es el único patrimonio que guarda en sus tierras, como un libro abierto que se congratula en contar una historia de miles de años, engendrada por diferentes religiones, por distintos pueblos y personajes que han desfilado por su piel a lo largo de un dilatado período de tiempo.

            Tierra de hidalgos, caballeros, escritores, guerreros curtidos en la pluma y la espada, así como de páramos fríos y olvidados, perdidos en mitad de parajes de los que ya casi nunca habla nadie al calor de las hogueras, como hacían antaño los padres y los abuelos a la hora de cenar, cuando se trasmitieron las señas de identidad de muchos de los legados que la memoria más antigua ha dejado en el camino, en el cual frecuentemente se han venido borrando sus rastros, negándonos de manera lastimosa la revelación de muchos de sus más intrigantes secretos.
 
            Entre sus atrayentes restos, rastro de una cultura ancestral medieval disipada entre las tinieblas del tiempo, están sus castillos, aquellas fortalezas–viviendas en que uno o varios señores escribieron la Historia de Castilla y del mundo a través de sus gestas, de su vasallaje y de sus traiciones. Entre ellos se debió encontrar el castillo de Manzaneros, uno de los enclaves que más preguntas hace plantearse a los arqueólogos y los historiadores, en virtud precisamente de su falta de vestigios, porque los pocos que quedan, aún son claramente distinguibles.

            Situado a unos 10 km. de la capital de Ávila, en el interior de una hermosa y bien conservada finca de interminables encinas propias del lugar y del terreno, dentro de la finca del mismo nombre, yacen mudos los montones de piedras de lo que fue una torre cuadrangular, que se sospecha sobria y maciza, último resto de lo que fue un castillo escondido en mitad del campo, y cuya vida, esencia e imagen se llevó la Historia a la tumba, dejándonos tan solo la idea de lo que pudo ser, y de cómo pudo ser.

            Nos hemos entrevistado con el marqués de Manzaneros, un hombrecito adorablemente afable, sociable e inteligente, con una exquisita clase en el entendimiento y el trato propios de alguien que proviene de gentes de alcurnia. Nos relata que la torre del castillo de Manzaneros acabó derrumbándose hacia 1997, debido a la acumulación de aguas en sus sillares, durante unos días de torrenciales lluvias, habida cuenta de que ya se venía quejando de tener fisuras con las que le costaba mantenerse en pie. Una lástima y una pérdida para los amantes de la Historia, la arqueología y la memoria del pasado, sin duda alguna.

            El marqués nos cuenta, que tiene fiel conocimiento de que el castillo está documentado en una obra que el marqués de la Ensenada escribió en el siglo XVIII, titulado Obras Antiguas de España, donde menciona que el castillo posee unos muros que se hallan derrotados, tal como se decía en la época para referirse al derrumbamiento parcial de los restos de sus muros y murallas. Según el noble propietario de la finca, el castillo habría existido ya hacia el año 900, y sería de traza visigótica, por lo cual nos comenzamos a plantear un reto historiográfico sobre su existencia, que de ser cierto, nos remontaría a un momento muy importante de la Historia de España, en pleno proyecto de la reconquista cristiana, que sin embargo tardaría aún mucho en llegar hasta estas tierras en que se hallaba la fortaleza.

            No nos ha sorprendido el hecho de que hubiese habido un castillo en este lugar, teniendo en cuenta que estos parajes, muchos siglos antes, fueron ya pisados por celtas vetones, romanos y visigodos, por lo cual estos espacios ya habían sido frontera local de determinados caudillos, y escenarios de batallas, antes de que se levantasen las torres del supuesto edificio medieval. Sin embargo, lo que más nos roba los sentidos es observar sus restos, caídos pero reveladores, amontonados pero emblemáticos, silenciosos pero llenos de datos para aquellos que sean capaces de leer en sus piedras, en sus piezas talladas, en su entorno.
            Plantarse ante el montón de sillares y restos rotos de lo que debió ser la famosa torre, podría ser algo decepcionante para cualquiera si, tal como se puede observar, uno trata de ver lo que simplemente es la paradoja de un adiós, el derrumbe de otro rastro de nuestros antepasados que no podía aguantar más en pie. No debió ser una torre muy grande, porque el área en el que yacen sus sillares es más bien pequeño, y esto nos hace pensar en una torre de vigilancia más que en un edificio destinado a vivienda. Pero el desafío de un pasado oculto nos obliga a pensar que debieron existir otros cubos o edificios más grandes junto a ella, o separados, que formarían el resto de las dependencias y estructuras del castillo. El marqués, y nosotros mismos, estamos de acuerdo en que la mayor parte de las piedras con que se han venido construyendo las actuales vallas que dividen las parcelas de la finca, podrían provenir de los restos de la supuesta fortaleza, y quizá incluso el palacete cercano, también en ruinas, que existe en la dehesa, y que actualmente está en desuso.

            Lo más característico que en este momento puede apreciarse de la torre cuando se la visita, y que revela fielmente su naturaleza, son las dovelas del arco de entrada al cubo, situadas en su cara oeste, que aún se niegan a tumbarse sobre el lecho de la verde hierba que rodea el cúmulo de pétreos restos esparcidos en unos 40 m2, las cuales presentan de un modo admirable el acceso a las escaleras que debían ascender a la cresta de la torre.

            En sus alrededores, descolocados por todas partes, aparecen las piezas talladas en forma de voluta por un extremo, y por el otro mostrando una plataforma triangular que se
ensancha progresivamente para ofrecer un borde redondeado. Son los peldaños que integraban la arquitectura del hueco de subida a través del cubo, que son perfectamente reconocibles. Entre ellos, especialmente en su lado sur, aparecen otros tantos sillares tallados en forma de media luna redondeada, que revelan la curva con la que alimentaban el espesor de los muros de la torre, cuadrada en el exterior, redondeada en el interior, para servir de paramentos al pozo de ascensión a la parte superior.

            Durante nuestra visita no hemos logrado identificar símbolos ni marcas de cantería, pues el sol declinaba y la luz no acompañaba. Aunque no parece que haya ninguna en las piezas de la superficie. Es posible que bajo los escombros aparezca alguna de ellas que pudiera arrojar algún dato interesante, pero para ello habría que levantar y separar todas y cada una de las piedras que engrosan el montón. Ciertamente, un trabajo para ponerse a hacerlo. Más interesante sería limpiar y despejar el hueco de la entrada al cubo, que muestra sin lugar a dudas las medidas del pasillo de acceso a los escalones, y que nos diría algo acerca de quienes lo franquearon en su día. En un primer vistazo, el muro confiesa entre 1 m. y 1,20 m. de espesor en el punto de entrada, quizá algo más, pero de haber estado adherido a alguna otra estructura, es posible que existiera algún tramo que doblase ese espesor en virtud de los sillares que sirviesen de material de continuación al
resto de los edificios colindantes. Si contamos con que el hueco del acceso parece arrojar un diámetro aproximado de la misma medida, tenemos que la torre tendría más o menos alrededor de 5 metros de lado, entre sillares y túnel de subida, por eso debió ser una pequeña torre de vigilancia y guardia. La altura solo podría ser deducible comparando los materiales caídos al suelo, con el número de piezas que hacen falta para elevar un edificio a una altura determinada, pero hay un pequeño problema, no sabemos cuántas piedras han sido retiradas del lugar a lo largo de los años, incluso cuando la torre estaba en pie, por lo cual no se pueden hacer conjeturas en este parámetro. 
            Nos hemos despedido de tan singular resto monumental, con todo un repertorio de interrogantes en la cabeza, que nos hacen preguntarnos quién pudo levantar el castillo, quién habitó aquí y qué fue de la fortaleza.... Frecuentemente las guerras son las mayores causantes de la destrucción de los edificios. La Reconquista ya castigó de manera ardua a diferentes territorios, que se encontraban en algunos de los límites comarcales que marcaron territorios y rutas de paso para tropas, cambiando de dueño al son de los tambores de la cruz, o de la media luna. Cuando Napoleón pasó por la provincia abulense, no dudó en quemar y cañonear abundantes castillos y palacios, para evitar que los naturales los usasen contra ellos, refugiándose o pertrechándose tras sus muros, por lo que dejó un rastro lamentable a su paso. Igualmente en la Guerra Civil Española, distintas escaramuzas vinieron a diezmar antiguos edificios existentes en todas las comarcas, habitualmente por la aviación, pero también por los obuses, que contribuyeron a hundir una buena lista de restos importantes, que nos hubieran revelado una buena parte de los misterios del pasado.
          En todo caso, nos marchamos con la satisfacción de ser testigos de la huella de unos habitantes que en otro tiempo construyeron grandes obras, con técnicas y conocimientos que hoy han desaparecido en el olvido, y que sirven para confesarnos una época, una situación, un mundo que se nos escapa como un pez entre las manos, permitiéndonos tan solo contemplar un mínimo retal de lo que debió ser una formidable residencia de señores feudales, donde la vida se desarrollaba en pos de unos ideales y unas reglas ya enterrados hace muchos siglos, y que solo se conservan en crónicas escritas por monjes, plasmadas en papiros que nos hablan de la Alta y la Baja Edad Media en nuestro país, de costumbres, de sucesos, de leyendas.... ¿cuánto de todo esto nos podrían contar las piedras si pudieran hablar?, es el misterio del castillo de Manzaneros, que nos observa mudo, desaparecido, guardando su secreto que se llevó con su último vestigio, su torre, para que nosotros podamos ahora divagar entre lo divino y lo humano, tratando de deducir algo medianamente cercano a su auténtica historia, que probablemente jamás lleguemos a conocer.



 


           

 

 

 

 

           

lunes, 21 de octubre de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La trama sucesoria de 1680 III


             En el nuevo ajedrez europeo, el Duque de Medinaceli acabará siendo sustituido por un nuevo valido en el cargo, el Conde de Oropesa. Una vez se produzca el cambio del impopular duque de Medinaceli, principalmente debido a su política fiscal, subirá al cargo el mejor dotado hasta el momento para las necesidades que se venían buscando, aunque en aquellos días se fragua una intriga en torno al hijo y sucesor del duque, Luis Francisco, debido a la acusación que pesará sobre él de espía de los ingleses y alta traición, y que le llevará a prisión. Sin embargo, ¿qué es lo que ocurrió para que semejante suceso tuviese lugar?

            A la muerte de Carlos II, España está dividida ideológicamente, de manera que en el norte se inclinan más por las políticas aliadas de las potencias emergentes anglo-holandesas, mientras en el sur aceptan de alguna manera la entrada del soberano francés. Tras la Guerra de Holanda, Francia presume que para hacer triunfar su política expansionista ha de tejer buenas relaciones con la nación vecina, pero desea hacerlo a espaldas de Inglaterra que acecha en la sombra, intentando beneficiarse de la guerra entre las dos naciones rivales, tanto en sentido económico, como geográfico y de acceso al trono español.

            El Duque de Medinaceli goza en su patrimonio de posesiones tanto en el norte de la península ibérica, como en el centro de Castilla y en la Baja Andalucía, aunque hace años que su vida transcurre en su palacio de Madrid. Cuando se desplaza al resto de los territorios que posee, lo hace por razones de asuntos de negocios o política familiar, y sus visitas al sur suelen ser bastante esporádicas. Al mismo tiempo, sus territorios del norte entran por algunos límites en el reino de Aragón, afín al archiduque Carlos de Austria, enfrentada a Francia abiertamente, y por tanto coincide con sus ideales, por lo que le conviene conservar estas posesiones porque son bastante ricas y de mayor extensión que las del sur, amén del apoyo que su titulo tiene como noble en España y en Europa, sobretodo teniendo en cuenta que Aragón protegerá y apoyará su influencia.
 

            En la zona costera de Andalucía, nace la idea de asimilarse a la corona real, motivo por el cual el duque perderá sin remedio el condado de El Puerto de Santa María, que su familia viene ostentando desde el año 1306, suceso que finalmente tendrá lugar en 1729, además de que el contrabando, los pleitos con el Concejo y la competencia comercial con los Cargadores a Indias, no hacen tan viables estos territorios como cabría suponer, y ello podría ser una de las razones que empujan al duque a considerar más importante, relativamente, el patrimonio centro y norte que el del sur, en los que se persona solamente de vez en cuando, para pasar algunos veranos en su residencia del Palacio Pilatos de Sevilla, para después volver a Madrid.

            En los rincones ocultos de los palacios y los lechos de las amantes, se cocinan planes y proyectos secretos, en los que sus protagonistas están moviendo los hilos de la Historia; alguno de esos rincones debió ser el palacio ducal de los Medinaceli en Madrid, cuyo representante decide, frente a la carrera de Inglaterra por superar a los holandeses y con el fin de cumplir con la primera, proceder a informar a los ingleses de la tregua secreta que Francia proyecta pactar con las Provincias Unidas, supuestamente para atraerse la simpatía de éstos, atacando al mismo tiempo la economía de las islas en el comercio de la lana, que compite con los tejidos holandeses y las sedas venecianas, tanto en Europa como en el Nuevo Mundo. De este modo, el duque atenta igualmente contra Francia, cuya hegemonía no apoya el aristócrata en absoluto.
 

            Al llevar a cabo este hecho, el duque está en cierto modo traicionando a Francia, cuyo rey es el abuelo del monarca español, Felipe V, aliado familiar de la nación vecina, y cuyos intereses se ven enseguida perjudicados al comprometerle con los holandeses, que han confiado en la negociación, perdiendo paralelamente la ventaja de ese secreto con Inglaterra, pues esto le permite a la nación anglosajona adelantarse a los acontecimientos, como ocurrirá de manera efectiva en los pasos que ésta va a dar en relación al comercio con China, o al tratar de sustituir a los holandeses en las colonias que éstos mantienen en la India, y que tienden a desplazar a Francia del escenario económico y geográfico, tanto en las Antillas, como en las líneas comerciales italianas y orientales.

            Aquella traición no pasó desapercibida al rey español, y fue descubierta, lo que tuvo como consecuencia el apresamiento del duque de Medinaceli y su posterior encarcelamiento en el alcázar de Segovia, para ser después trasladado a Pamplona, donde morirá en prisión en 1711, sin poder arreglar la herencia de sus títulos, que pasarán por línea de sucesión a su sobrino, Nicolás Fernández de Córdoba y de la Cerda, IX marqués de Priego y VII de Montalbán, evitando que su propia sangre continúe ostentando el ducado de Medinaceli.

            Al final, podemos ver que el joven duque corrió la misma suerte que el monarca al que se supone que deseaba combatir en sus decisiones políticas, Carlos II, pudiendo afirmarse que la ironía del destino es un depredador que acecha escondido en lo más profundo de un bosque, y que saldrá de su nido, en algún momento, para hacer carnaza entre sus elegidos, tal como ha venido siendo desde la memoria de los tiempos.


           

domingo, 8 de septiembre de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La trama sucesoria de 1680 II


             Las continuas contiendas lidiadas en los Pirineos y en otras zonas del norte, contra los aragoneses, han predispuesto a este reino en contra de la corona francesa, que paralelamente a esto, perjudican su economía en la exportación de vinos y textiles –los champañas franceses aún no pueden competir con los vinos catalanes, además de introducir la moda francesa en el vestir–, aunque la benefician en las ferias anuales, pues les permiten a los aragoneses, junto a los valencianos, conservar el uso de la  moneda de oro frente a la devaluada macuquina de vellón del resto del país, una y otra vez resellada; a pesar de todo ello, Francia aprovecha los enfrentamientos que Cataluña y el reino valenciano mantienen con el monarca español por la subida de impuestos, para pasar por encima de estas regiones en pos del trono hispano, que lo ascenderá a ser amo y señor del mundo conocido.
Recordemos que Francia representa el absolutismo cerrado de los imperios del siglo XVII, y que esto se refleja igualmente de manera fiel en la práctica de los virreinatos españoles, donde se impone esa política ahogadora a los ciudadanos e indígenas de las tierras americanas. Posiblemente cuando Carlos II murió, su visión de la política imperial estaba basada en ese régimen absolutista heredado de sus antepasados, y lógicamente, su intención fue seguir conservando ese ideal y esos principios sobre su reino, teniendo en cuenta que Francia seduce al pueblo español con sus modas modernas e inhibidas, sus métodos comerciales y sus promesas de poder en la unificación, vendiendo su soberanía como si fuese lo mejor del mundo.

            En el lado contrario, se encuentran Inglaterra, Holanda y Austria, ésta última reclamante de la corona española por vínculos de sangre, a través del príncipe Leopoldo, a quienes en el último momento, una vez en el escenario de la guerra, apoyaría Portugal.

            Estas naciones, al igual que Francia, se hallan en pleno crecimiento y desarrollo, tanto comercial como geográfico, especialmente las islas británicas y las Provincias Unidas, que han creado compañías occidentales y orientales, vinculadas al comercio de ultramar, y que les proporciona unos beneficios enormes en el intercambio de productos exóticos que en Europa se venden a precios exorbitantes, por ser casi únicos, aunque Inglaterra y Holanda están en eterna pugna por el control de las colonias asiáticas de la India, las islas de La Sonda o el asentamiento de factorías en China.
 
Sin embargo, estos países coinciden en el deseo de detener la política expansionista francesa, que les supone una seria amenaza si llega a controlar el Mediterráneo. Para ello, algunas veces estos países han llegado a negociar alianzas con los piratas argelinos y los turcos, con objeto de que éstos ataquen los convoyes españoles y franceses, que al principio como barcos de guerra, después como barcos mercantes, atraviesan las aguas dependientes del islam, en las que éstos cobran tributos en las costas que dominan.

            El papel que ambos países representan, frente a la política francesa, se apoya en unos principios burgueses que detentan el protocolo de poder basado en los gremios especializados, ya sea en la artesanía, en la construcción civil o naval, en el arte o en la producción industrial propia, mientras intentan mantener unos impuestos que garanticen el libre comercio y la vida normal de sus ciudadanos, lo que traducido en consecuencias sociales y fiscales, supera en la práctica la situación en España, con un amplio margen de riqueza y de poder, que les acabará convirtiendo en potencias mundiales.

  
El papel del Duque de Medinaceli en el escenario.-

         Mientras Europa se desata en esta controversia, en España acaba de regresar a sus dominios D. Juan Francisco de la Cerda, VIII duque de Medinaceli y conde de El Puerto de Santa María en Cádiz, entre un innumerable sinfín de títulos,  ha sido nombrado nuevo valido del rey Carlos II, sustituyendo al defenestrado Everardo Nithard. Sin embargo, el duque se enfrenta a una situación coronada por los problemas económicos, y trata de sacar su política adelante, con la devaluación de la moneda a la quinta parte de su valor, mientras crece en la corte un enfrentamiento entre él y la reina madre de Carlos II, Mariana de Austria, una mujer temperamental que es quien lleva las riendas de la política imperial, a quien su padre apoyaba cuando era regente del imperio, por lo que en 1685 el duque de Medinaceli dimite de su cargo, entregándolo al conde de Oropesa.

            En sus últimos años de vida, el rey Carlos II trata de sacar algún provecho al talento del duque como primer ministro de su gobierno, pero éste se halla más inclinado a su política personal basada en su potencial nobleza, y sus señoríos, que a la política imperial de un soberano, que representa lo contrario de aquello en lo que cree el duque. Este terminará por marcharse a sus posesiones en Cogolludo, aislándose de la política del Estado, antes de ceder su título a su hijo Luis Francisco, que será el IX duque de Medinaceli.
           
En las intrigas clandestinas de los futuros sucesos, el duque, como le ocurre al rey, habrá de tomar partido por un sucesor que afectará de manera directa e importante al poder de su apellido y a las inmensas posesiones que el aristócrata tiene en todo el territorio peninsular, sin contar los desencadenantes que ello arrojará sobre la multitud de títulos nobiliarios agregados a su escudo de armas, uno de los más grandes y consolidados de España y de Europa, tan solo comparable al ducado de Alba o al de Medina-Sidonia, pero que si repasamos los eslabones de la Historia, será fácil observar que no solo el de Medinaceli está más cerca de la corona, sino que se podría afirmar que en el pasado, de haber optado por una decisión de reclamación en derecho, habría ocupado el trono de Castilla como rey, en el momento en que el rey Fernando III el Santo la depositaba sobre un sucesor bastardo. La imagen que el Duque de Medinaceli ofrece al pueblo, es vista en general con buenos ojos, tanto por los soberanos europeos, como por el propio pueblo llano de su patria, algo que llena de gozo al duque, a la hora de valorar la decisión política que habría de tomar en el momento oportuno, si se plantea qué tipo de gobierno redundaría en mejores resultados para España, pero esto cambia cuando la devaluación de la moneda de vellón sume en la miseria al pueblo, arruinando a la sociedad.

            En este teatro de sucesos, estalla la guerra a la muerte de Carlos II, sin supuesta sucesión en el trono, pero dejando en el último instante un testamento de su puño y letra a favor del heredero francés de Luis XIV, el futuro Felipe V de la Casa de Borbón, de manera que la Casa de Anjou sustituye por completo a la dinastía de los Habsburgo, que llevan gobernando en España más de 300 años.


lunes, 19 de agosto de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La trama sucesoria de 1680 I


En 1598 España firma la paz con Francia, pero ésta última continúa apoyando en secreto a los holandeses, y dificultando las comunicaciones existentes entre Flandes e Italia, de manera que las tropas francesas se colocan a lo largo de la ruta seguida hasta las posesiones de los Habsburgo, para caer sobre las expediciones españolas que trasportan los caudales y materiales que necesitan los Tercios para continuar con la contienda.

            Hacia 1635 España entra en un colapso con la nueva guerra contra Francia, pero la situación, que ya es mala de por sí, se va agravando con la falta de fe de las tropas, a las que se deben muchos meses de paga, enferman por la falta de higiene y sanidad provocando neumonías, los precarios alimentos y el práctico abandono por parte de la Corona, que animan a las deserciones, una vez que el frente ha provocado muchas bajas, lo que empuja igualmente a las tropas a comportarse como mercenarios, arrasando todo lo que encuentran a su paso, y que tiene como consecuencia la falta de apoyo de los ciudadanos en el territorio, que se inclinarán a favor de la causa de las Provincias Unidas.
 

            En el año 1643 las tropas españolas son derrotadas en Rocroi por los ejércitos franceses, gracias a la traición de un desertor que confiesa al enemigo la disposición que tomarán los tercios durante la batalla, y que permite a las filas galas anticiparse al enfrentamiento. Este hecho marcará el principio del fin de la presencia de los Tercios en Flandes, abriendo la puerta a la escisión holandesa del imperio español en las Provincias Unidas.

Llegamos a 1680, para asistir a una situación en España que se podría calificar de difícil, aunque dependiendo del punto de vista estudiado, y de los historiadores, podemos tachar de caótica, o simplemente como crisis pasajera que verá algo de luz en el siglo XVIII, con la entrada de ideas evolucionistas y renovadoras, procedentes sobretodo de Francia, pero que no obstante está imponiendo a su pueblo una política absolutista y asfixiante, que convertirá el reino en un lago estancado en cuanto a ideas y modernismo económico.

            Sin embargo, la realidad nos muestra aquel año que el país está sometido a una grave crisis económica, terribles epidemias y miseria entre la sociedad –recordemos que entre 1635 y 1695 más o menos, ha habido cerca de 16 graves epidemias en el territorio español–, que condena a las personas más pobres al hambre y la muerte, mientras la corte emplea ingentes cantidades de dinero en mantener las colonias de ultramar ( que no obstante cada vez se hallan menos defendidas y más expuestas), las flotas, constantes guerras y frecuentes despilfarros además de astronómicas deudas con acreedores extranjeros.

            En este escenario, en vísperas de la Guerra de Sucesión, Carlos II ha de decantarse por un heredero que no va a tener, en el que depositará la corona del Imperio.
 
            El rey es un hombre débil, enfermizo, sufre de epilepsia, hemofilia, impotencia y parálisis diversas, lo que ha hecho pensar al pueblo que es objeto de una maldición fríamente lanzada, teniendo en cuenta la superstición de la época, y a muchos historiadores, que es el producto del incesto entre miembros de la realeza, aunque hoy sabemos que ni lo uno ni lo otro, están formalmente justificados.

            Lo cierto es que después de un gobierno desastroso, equivocado, mal planificado,
peor organizado y descontrolado por completo, Carlos II se enfrenta a la complicada ecuación de tener que testar a favor de su sustituto, sopesando la terrible realidad de la que es consciente, y que no es otra que la extinción de su dinastía, con el interrogante de saber si el que vendrá después será capaz de solucionar los problemas del reino hispánico y de sus colonias de ultramar.

            Europa se debate a partir de ese momento, en una controversia que afecta a los soberanos de las naciones del viejo continente. Cada uno mueve sus fichas cuando le toca, para hacerse con el ansiado imperio español, el más grande sobre la Tierra, y el que más recursos y metales preciosos obtiene en el mundo, pero al mismo tiempo, el único que tiene un sumidero con la realeza, que ha configurado un volumen de deudas con los banqueros extranjeros, difícil de saciar, sin contar con las guerras lidiadas, que le sumergen en el mayor de los déficit conocidos.

            Por un lado está Francia, la poderosa nación que se ha convertido ya en una potencia, y que se halla en auge frente a sus oponentes, ha ocupado algunas islas en las Antillas, y ha estado pugnando descaradamente por quedarse con las posesiones italianas del Rosellón, la Cerdaña o Sicilia, aunque sin conseguirlo. Ahora se le aparece la oportunidad de lograrlo sin disparar un solo tiro, tiene una poderosa flota y ejércitos numerosos a la par que preparados para dar el paso definitivo.

            El pretendiente francés, Luis XIV, representante de la Casa de Anjou, la de la Flor de Lis, ya ha entregado a varias esposas en matrimonio en otras ocasiones para concertar alianzas políticas, y ahora lo hará con su sobrina María Luisa de Orleans, segunda esposa del rey Carlos II, que sufrió infelizmente las intrigas de la corte y el rechazo del pueblo español. A pesar de que ha protagonizado varias guerras con España, y un millar de acciones navales en el Atlántico, y en el Mediterráneo, ha firmado una paz supuestamente beneficiosa para ambos –lo que no será verdad–, y como suele ser habitual, los lazos de sangre sellan los pactos. En esos convenios, el país galo en España tiene una gran espina que no podrá superar: Aragón.


 

domingo, 7 de julio de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La traición francesa en 1680 II


             En Veracruz, los corsarios encuentran un galeón que estaba siendo reparado en rada, pero aunque la idea es destruirlo, se produce a bordo un desafío de poder entre el almirante y su primer jefe de escuadra, Monsieur Gabaret, que pretende atribuirse la gloria de la acción, por lo que la flota francesa renuncia al ataque y el galeón se salva milagrosamente de ser cañoneado.

            En sus navegaciones en aguas españolas, D’Estrées decide vengarse de la captura de un galeón francés en el Pacífico a manos de la flota de Manila, atacando también a la Armada de Barlovento, responsable igualmente de la captura de varios navíos franceses e ingleses que operaban en corso, y que navega al mando del general Quintana, y persigue su estela por el Caribe sin poder hallarla.
    

       
No obstante, en una de las jornadas se lanzan sobre una flota de cinco barcos que navegan al norte, entre las cuales se hallan las famosas fragatas de guerra Berlín y Zeven Provincen, pero cuando al final llegan a su altura, descubren que se trata de la flota perteneciente al Príncipe Elector de Branderburgo, el cual está vinculado a las Provincias Unidas del norte de Europa, y no a España. Al almirante francés le sorprende que aquella flota haya navegado tan lejos de sus escenarios de operaciones.

            En el encuentro, el capitán alemán se muestra dispuesto a ayudar a los franceses a atacar las posesiones españolas, ofreciéndole su apoyo, puesto que el rival español es un enemigo político para ellos, y además supone un difícil oponente comercial, a la par que les enfrentan motivos religiosos contra los católicos, de modo que resulta que se hallan allí para llevar a cabo la misma misión que los franceses.

            En un informe que el almirante francés emitió hacia 1681, deja patente la consciencia que los extranjeros y sus filibusteros entre ellos, tenían de la falta de defensa de las costas americanas españolas en ultramar, motivada principalmente por una grave crisis económica y una desorganización tremenda, nacida de la metrópoli de Madrid, por lo que anima a su majestad a enviar barcos y tropas, con las que atacar las colonias, participando personalmente de los enormes recursos de los territorios españoles, a través de los botines conseguidos. Para ello, cuentan con la opción de convencer a los indios cimarrones para que se unan a ellos contra los españoles, además de hacerlo con esclavos, desertores y presos evadidos, que van encontrando en su camino.
            Es irónico pensar que en la metrópoli española, en respuesta a la traición francesa, y la falta de respeto de los convenios internacionales de paz, se estaba estudiando la decisión de Carlos II de testar a favor del rey francés, entregándole como premio todo el imperio, contra la voluntad del pueblo español y la del pueblo criollo americano, que finalmente contaría


con el visto bueno en la península ibérica hacia el heredero francés, pero no del todo en las posesiones al otro lado del océano, donde se comienzan a incubar ya las ideas de poder y autocracia de los principales dirigentes de cabildos independentistas en el imperio, especialmente cuando sus líneas comerciales les colocan en un estamento de riqueza que difícilmente posee la nación española.
            En este escenario, los ingleses comenzarían a observar a los franceses como el nuevo rival, distinto de aquellos holandeses que simbolizaban una naciente potencia que les hacía sombra, y que en el futuro sería el contrincante americano en las tierras de la vieja Nueva Holanda, la futura Canadá. Como los criollos de las colonias odiaban la política impuesta desde Madrid, que les exigía unos precios e impuestos abusivos, cuando el virus de la insurgencia comienza a influir en sus líderes, Inglaterra apoya las rebeliones, con objeto de usarlas contra el nuevo imperio que gobierna la sangre francesa en América. Curiosamente, la respuesta francesa sería exactamente la misma en la Guerra de Independencia de los nacientes EE. UU. frente a los ingleses, cuando finalmente apoyasen la causa yanqui con el envío de tropas y barcos de guerra, y que culminaría en la famosa fecha del 4 de julio.

           

           



           

lunes, 10 de junio de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La traición francesa en 1680


             Una vez concluidas las guerras en Sicilia contra Francia, y firmada la paz de Nimega, por la que España perdía −como siempre ha ocurrido a nuestro país en las negociaciones políticas y de guerra en los últimos 300 años−, importantes posesiones a favor del país galo, entramos en un período de supuesta paz, que debía acercar a ambos países a respetar tanto las posesiones mutuas como sus barcos, pero la realidad nunca fue así, ya que los convenios arreglados en gabinetes suelen ser distintos de los que se llevan a cabo sobre los espacios naturales, máxime cuando éstos se hallan muy lejos de las metrópolis.

            En 1680 el almirante conde D’Estrées, fue nombrado mariscal de Francia, y sintiendo nostalgia de sus pasadas gestas, convence al rey Luis XIV, a través de su ministro Colbert, de la conveniencia de frenar el extraordinario comercio que se canalizaba a través de Cádiz, materializado en la Flota de Nueva España, que hace la ruta del aún conocido como Mar del Norte, futuro Océano Atlántico, hasta el puerto de Sanlúcar de Barrameda en unión de la Flota de Tierra Firme, cuando lo atraviesan cada año. También era bien conocida la ruta del galeón de Manila en el mar del Sur, más tarde el Océano Pacífico, cuyos transportes de especiales y productos exóticos de alta calidad suponían lo más preciado de las colonias del oriente español.


            Para ello, D’Estrées prepara en 1680 una expedición a las Indias, compuesta de cinco navíos de guerra, excusada con el hipotético estudio de la geografía continental de América, que enriquecería las cartas, aunque en secreto trata de estudiar la vulnerabilidad de las fortificaciones españolas, para atacarlas más tarde de manera ventajosa, por orden del rey francés, que nunca estuvo dispuesto a respetar el pacto con España.

            D’Estrées, al mando de la flota francesa, desembarca con permiso de sus gobernadores en algunas islas y puertos de las Antillas menores, mientras sus oficiales estudian los puntos débiles de la costa y las entradas más convenientes, en calas y ensenadas, frecuentemente informado por antiguos y modernos filibusteros de su nación, que llevan décadas asolando las posesiones españolas, y conocen bien el Caribe, sus defensas y su capacidad de combate, así como sus barcos. El almirante se mueve en los puertos españoles amparado por la supuesta paz que lo representa, sin embargo, el recuerdo que los ciudadanos guardan de los filibusteros, aún subyace en algunos lugares, en los que no se ha olvidado el ataque a Campeche, Veracruz, Portobello, Maracaibo o La Habana, ni tampoco las atrocidades y desmanes de los piratas, tanto ingleses como franceses, por lo cual, cuando el marino intenta acercarse a las costas españolas de la isla de Trinidad, es atacado por tropas milicianas que le causan muchas bajas en sus tripulaciones, usando un tipo de piraguas de guerra, construida al efecto en los puertos coloniales.


            Aún así, Monsieur D’Estrées continúa trabajando con los informes recibidos de los filibusteros prisioneros que se hallan en La Española, y que son reclamados por éste, para que se les ponga en libertad, como intercambio diplomático, los cuales le trasmiten al oficial una rica y detallada lista de fuertes, guarniciones y capacidad de defensa de los españoles, que además no ha sido mejorada en relación con las amenazas que se ciernen sobre las ciudades. Entre ellos encontramos a un tal Champagne, y que había estado preso por orden de la Inquisición, y que es liberado para cumplir con los eminentes deseos de paz con Francia.

            Mientras todo esto sucede, la flota francesa recorre las Antillas buscando a la Flota de Nueva España para atacarla y destruirla, después de apoderarse de los cargamentos de plata y oro que llevan en sus bodegas, con tan poca fortuna que, en una de las ocasiones, después de cruzar el extremo sur del Cabo de Hornos, la flota entra en Veracruz y se reguarda al amparo de sus baterías de mar, sin que sea posible cortar su ruta e interceptarla.   En otra de las ocasiones, la flota se halla en México, y cuando el almirante francés necesita hacer aguada en La Española, su gobernador, alertado por sospechas de alguna treta con malas intenciones, se lo impide, obligándole a continuar con bastantes malas condiciones de sed y falta de víveres.