sábado, 5 de febrero de 2011

HOMBRES Y GUERREROS

Siempre escuché decir que la vida hace a los hombres. Siempre se ha asegurado que la vida que lleva cada hombre, lo forja en gran medida para ser un día lo que es, y de la manera que es, haciendo que el resto de los hombres sean espectadores del resultado de esa vida y de la historia que le ha tocado vivir.

En el escenario que nos desenvolvemos, sea el que sea, encontramos muchas clases de hombres, pero para ser conscientes del experimento que la vida llevó a cabo con cada uno de ellos, habría que conocer su historia, sus vivencias, sus hazañas, sus victorias y sus derrotas, sus sufrimientos, y solamente de este modo, podríamos saber por qué ese ser es quien es, y de la manera que es.

También sabemos que las guerras las hacen los hombres, y que en esas guerras los hombres ponen a prueba sus capacidades y sus miedos, al mismo tiempo que cambian inevitablemente. Sin embargo, no todas las guerras se hacen con armas y con ejércitos, no todas las guerras se libran en el mismo tipo de campos de batalla, con uniformes militares, hay muchas guerras que tienen lugar en solitario, durante años, a veces durante toda una vida, y en esas guerras, también hay pérdidas, fracasos y éxitos, aunque no suele haber medallas recibidas con ovaciones, en un estrado donde suena la música triunfal de la banda, ni se suelen decir unas palabras como discurso mientras esa medalla brilla en el pecho, pero las batallas se han librado igual.

Esas guerras, que la vida ha impuesto a muchos hombres, y que se libran discretamente en cada vida, en total soledad, y a espaldas del mundo, forjan otro tipo de hombres y mujeres, que también son guerreros, pero que no son famosos ni conocidos, porque no forman parte de las listas de héroes, a pesar de que muchos de ellos lo son. Las heridas sufridas en esas batallas suelen ir por dentro en más ocasiones que por fuera, quizás no sean atendidas por médicos en hospitales castrenses, pero causan bajas igual.

He conocido a muchos de esos guerreros. También conozco sus mismas guerras, y puedo hablar largo y tendido de ellas, mientras recuerdo que aún continúo librándolas cada día a mi alrededor, y que cada batalla puede ser tan encarnizada como un combate en toda regla, y que en el fondo, lleva aparejado los mismos efectos que las batallas militares. Hay menos sangre y menos muertos, pero produce la misma degradación humana que las otras contiendas, y sus cicatrices se pueden leer en la mirada de sus víctimas, en su forma de hablar, de pensar, de sentir..., es curioso que hace que los hombres se transformen en un libro abierto en muchas ocasiones, y cuando somos capaces de leerlos, a veces, podemos conocer su historia.

Debido a esto, podemos decir que todos los guerreros en ésta vida son hombres, pero que no todos los hombres son guerreros, y el simple hecho de debatir si los efectos de las guerras privadas de esa vida, llevan aparejados más beneficios o más perjuicios, quizá fuera polémico y llevase tiempo. Es una realidad que parte de lo que se siembra en el corazón humano, será recogido por el resto de las personas con las que se cruce cada uno a lo largo de su vida, pero que esto consista en buenos frutos, o en mortal veneno, es posible que dependa un poco de los demás, de esos demás que aportaron algo a su vida, de los que fueron protagonistas en su historia, de los que aparecen como personajes en sus vivencias, para bien o para mal, y entre ellos, podremos ser amigos o enemigos, podemos ser benefactores, o quizá destructores aberrantes de su persona, pero nunca debemos olvidar, que en cada guerra, unas batallas se ganan y otras se pierden, y cada encuentro que hagamos, con el resto de los humanos, nos encontraremos también con el reflejo de todo aquello que hicimos en cada batalla, que toma cuerpo propio, y nos espera en algún rincón del camino.

A pesar de todo nos preguntamos en ocasiones quiénes son esos hombres con los que nos cruzamos y con los que convivimos, como si se hallasen en mundos distintos, en mundos paralelos, que se comportan de modos diferentes al resto, y que a veces se muestran reservados, ausentes o combativos en sus maneras de ser. El mundo conocido puede resultar demasiado desconocido cuando nos asomamos a una ventana, y observamos que existen otras realidades a parte de la nuestra, y que esas realidades funcionan como un caleidoscopio que transforma la mente y la personalidad humanas, hasta reciclarles por completo.

Pródigos de su propia leyenda, como diarios vivientes, herederos de maltratos, desamores, marginaciones, desengaños, decepciones y desilusiones arraigadas en lo más profundo de sus almas, se mezclan con el resto del mundo para hacer probar a los demás hombres su propia medicina de imperfección y de falta de humanidad, extendiendo el virus de la incomprensión y la indolencia en su hábitat.  

Arrastran sus sombras de desánimo por cada lugar, a veces insospechados, desafiantes, otras mostrando sus necesidades de encontrar un alma gemela que ahogue las miserias de sus aventuras oníricas, dando un respiro a sus decadentes luchas interminables,  por ocupar un lugar merecido entre los humanos considerados normales, intransigentes y despiadados con sus recuerdos y sus experiencias, que no acaban de ser toleradas ni entendidas por nadie.

Y así, en cada día normal, de una estación del año cualquiera, de cualquier semana incierta de un año inconcreto, me he venido tropezando repetidamente con el producto aterrador de separaciones y divorcios, de abandonos inmotivados, de engaños malintencionados, de estafas sentimentales sin fines justificados, de infancias crueles, vacías y llenas de soledad o lágrimas de hielo, de existencias míseras, amuebladas de hambre, desprecio y padecimientos, que pugnan por obtener un poco de calor en un abrazo, antes de desaparecer sin dejar ni rastro para siempre.

Y es entonces cuando al fin he comprendido. Es entonces cuando miro a mi alrededor, y veo una guerra sin cuartel, librada cada día, cada momento, donde no hay héroes ni villanos, sino solamente hombres hundidos en el fango de sus realidades sin futuro, en la niebla de un deambular inconexo y carente de sentido, que confunde caminos y pretensiones, ambientados en el dolor de sus propios reflejos.

El corazón humano entonces se vuelve frío, se empapa de indolencia y de desmotivación, comienza a carecer de llanto, se pierde en el abismo de su locura, mientras se encierra en sí mismo para dejar de sufrir, al tiempo que comienza a pensar, analiza sus propias debilidades y las del resto de los hombres, para armarse como un infante cruel y despiadado, que acaba de declarar una guerra sin cuartel a todas las personas que existen, para comenzar una nueva vida, hermética y desafiante, que llevará a cabo en el futuro. Sabe que en el fondo no es justo del todo, pero sabe también que ya no tiene otro camino que seguir, y que ese único camino que le queda, le reportará al menos el placer de ser en adelante un depredador en lugar de una presa, y se deleitará en vanagloriarse de un control de emociones y sentimientos, que el dolor forjó en su carácter, como el fuego forja la espada.

He sentido tanto pavor ante este espectro, que me eduqué para estar en guardia ante los humanos, con la intención de evitar ser devorado por sus temibles realidades, considerándolas una enfermedad contagiosa que aniquila hasta las fortalezas más colosales.
Sin embargo, en esta contienda sin final, después de tantas batallas y tantos lances, en mil escenarios distintos, acabé aceptando que soy parte inevitable del mundo que me ampara, y que el teatro en que me hallo, me contiene como el firmamento posee a cada estrella, sin poder huir de mi propio hemisferio, en el que he crecido y vivido, como cada ser que me rodea, y que en el fondo, soy tan solo uno más.