sábado, 2 de abril de 2011

SER ETERNO.

            Siempre ha circulado la leyenda de que, cuando permanecemos en la mente y en el corazón de las personas, nunca terminamos de desaparecer del todo en éste mundo, aunque dejemos de existir. Es una curiosa filosofía que nos puede ayudar a plantearnos el papel que deseamos desempeñar en un estadio de tiempo tan corto, como es la vida humana, donde los proyectos y las hazañas suelen estar tan amenazadas, y tan condenadas a perecer, como el paso de esos humanos por su propia historia, una historia sembrada de esfuerzos por perdurar un día más, un mes más o un año más, a veces tan solo un instante más, antes de pasar la página final, de cerrar el diario personal, y con él, todo aquello que fuimos, o que pudimos haber sido.

            Triste carrera la de los hombres, destinados a soñar siempre con una existencia llena de deseos y esperanzas, que casi nunca llegan a tiempo a esa caprichosa estación donde les esperamos con ansiedad, pacientes y amedrentados por un mañana incierto, miserable y vacío, que no se deja convencer, para materializar los pequeños logros merecidos y ganados con escasas ilusiones, despreciando siempre las mejores visiones, y los mejores sentimientos humanos.

            Cada día, amanece y anochece marcando el ritmo de unos pasos monocromos y repetitivos, que al final de la jornada nunca llevan a ninguna parte, salvo para recordarnos que nos queda un día menos en nuestro avance frenético hacia la vejez y la ruina, con las que morirán todas las capacidades que tenemos de modelar nuestro destino en virtud de nuestras energías y nuestro espíritu. Ese avance del tiempo, tan indolente y tan difícil de detener, que nos enseña la imagen de una carrera a contrarreloj, contando marcha atrás, nos muestra también, de manera sarcástica, las expectativas que poseemos de haber pasado por la Historia sin apenas haber sido notados, sin haber sido advertidos en ningún momento, como si jamás hubiésemos existido, como si nunca hubiéramos venido al mundo.

            No importa la vida que hemos llevado, las batallas ganadas o perdidas, no importa nada de lo que hemos visto o vivido, dado que las personas que nos aman, nos admiran o nos respetan, teniéndonos en cuenta por encima de todo y de todos, también desaparecerán un día, y con ellos, la prueba más cercana de que realmente, en algún momento lejano, pasamos por este mundo, protagonizando nuestra leyenda personal.

            Se suele afirmar que cuando tenemos hijos, siempre queda algo de nosotros mismos sobre la creación, incluso aunque esos hijos nos nieguen, nos ignoren o no nos hayan querido del todo. Tampoco cambiará esa certeza cuando esos hijos nos amen mucho, idolatrándonos de manera especial, para después evaporarnos en una fría tumba, y mezclarnos con una tierra que nos va a devorar poco a poco hasta obligarnos a formar parte de su propia esencia, o convertirnos en aire y humo a través de las cenizas.

            Nuestros propios hijos tendrán a otros, y éstos a otros descendientes, que un día no recordarán siquiera que hubo unos abuelos, bisabuelos o tatarabuelos que pugnaron, sufrieron y batallaron para que ellos respiren del mismo aire que lo hicimos nosotros, hace tanto tiempo.

            Y entonces, la memoria perderá esa certeza, y perderá esa conciencia, y ya no seremos nada, ni seremos nadie en ningún rincón de este mundo, porque sencillamente nuestra generación se habrá esfumado, con todo lo que contenía, y todo lo que hemos conocido, y mientras aún estamos aquí, nos sentiremos tristes, nos sentiremos solos y nos sentiremos vacíos, al pensar en el homenaje tan efímero que nos hará ese paso del tiempo, en el papel tan corto que nos ha tocado en el reparto, en la poca memoria que la humanidad entera conservará de cada uno de nosotros, porque somos solamente el fogonazo de un instante, apenas perceptible, de los millones de ellos que cada segundo aparecen y desaparecen, como una lluvia de nereidas en el firmamento, antes de volver a su oscuridad opaca y misteriosa.

            Y entonces, he paseado mis ojos a mi alrededor, compartiendo este momento único con todo lo que amuebla mi vida en ésta escena concreta y detenida, para sentir sanamente una envidia irreprochable de todos los seres inertes que me acompañan a lo largo de mi camino, reconociendo que serán ellos los que tendrán el privilegio de formar parte de los testigos del futuro, a largo plazo, para contemplar mudos y yacentes, durante años, siglos, a veces milenios, el lánguido fluir, lento y placentero, de todo lo que acontece, bueno y malo, en el mundo conocido y por conocer.

            Y me he preguntado cuánto tiempo me queda para lograr hacer realidad mis inquietudes más innatas, mis proyectos más ambiciosos, para ocupar un espacio entre esos seres inertes de la naturaleza, que no temen ese paso del tiempo, porque para ellos no existe. Y me he preguntado si tendré la fuerza y la capacidad suficiente de grabar mi nombre sobre la Tierra, para permanecer en ella, y alargar mi esencia después de haber desaparecido. He imaginado poder continuar entre los hombres sin vivir entre ellos, poder hablarles sin pronunciar palabra, poder expresarles mis ideas, enseñarles aquello que he sentido, lo que he aprendido y lo que he vivido, aunque ya no me encuentre aquí para poder hacerlo, y entonces, he deseado ser eterno.

            He mirado mis letras, repasando con deleite toda la tinta volcada en algunas hojas sin vida, que cobran color y sentido cuando mi pluma las viste de trazos caprichosos, en momentos improvisados, y entonces he hallado la puerta hacia el más allá, el puente extraño y sugerente que me invita a seguir existiendo aunque yo muera, a alcanzar la oportunidad de comunicarme con las personas que pisarán este suelo, mucho tiempo después de que mis huesos se conviertan en polvo, y de que la memoria sobre mi época se haya borrado para siempre.

            Soy escritor. Cuando mi tiempo presente acabe, comenzará mi tiempo futuro. He comprendido entonces, que existe una manera de no perecer, una manera de seguir viviendo, una manera de continuar en este mundo, entre los hombres. Aunque yo desparezca, mis letras me harán eterno, aunque yo no exista, mis obras seguirán existiendo, porque son seres inertes, creados por mí, para que sigan gritando mi nombre al viento, y a las futuras generaciones para toda la eternidad, contando todo aquello que yo no podré contarles con mi voz, porque ésta se apagó para siempre en algún momento, compartiendo escenas que ellos nunca vieron ni imaginaron, porque aún no estaban allí para vivirlas, y que mis letras les relatarán una y mil veces, enseñándoles mi tiempo, enseñándoles mi historia, para que la puedan comparar con la suya, ayudándoles a valorar la vida pasada en relación con la vida presente.

            A través de mis obras, quedarán plasmadas todas las sensaciones y todos los sentimientos de cada escenario perdido en mi memoria, y con ellas, seguiré caminando entre los hombres y entre las épocas, formando parte del legado enterrado en las arenas del tiempo, y de todos los enigmas personales que afectaron a cada persona de mi tiempo, que los compartió conmigo, y que, al igual que yo, se marcharon para no volver, quizá con la misma nostalgia y melancolía con la que yo contemplo esa certeza del fin.

            A veces, me detengo  a contemplar las grandes obras de la Humanidad, las obras maestras de los grandes genios, de los artistas inmortales, las obras literarias eternas, las construcciones y esculturas prodigiosas, o los inventos que dieron la vuelta a la existencia de los hombres, y me siento enormemente pequeño. Desearía ser como todos ellos, desearía poder marcar mi huella sobre el mundo, aportar algo grandioso a la obra de Dios, sabiendo que siempre estaré aquí, que seguiré ocupando un lugar en el pensamiento de los hombres, aunque sea sencillo, que seguiré siendo recordado y que, alguien desconocido, en algún rincón del planeta, dentro de mucho tiempo, se pregunte quién fui, cuál fue mi historia, cómo fue mi mundo o quiénes se cruzaron en mi sendero, para ayudarme o acompañarme en la creación de alguna obra personal, que un día me abrió la puerta sublime, para alcanzar la eternidad.
Lunes, 22 de noviembre de 2010