jueves, 27 de agosto de 2015

LA LEYENDA DEL CAPITÁN.- Nace la historia.


 

 
            Hay historias que nacen de un modo extraño. Implican a las personas de una manera imprevisible, vinculando la vida a lugares y a momentos jamás sospechados, de modo que cuando miramos atrás, nos damos cuenta de que, sin saberlo, hemos dejado una huella imborrable.

            "La Leyenda del Capitán" nunca había llamado a la puerta para ser una novela, aunque tenía todo el antojo de llegar a serlo. Su autor tan solo tenía 17 años cuando sus personajes asomaron por primera vez en la primavera de 1987, del mismo modo que aparece un bebé ante los ojos de su madre. Quizá sea ésta la razón por la que muchos escritores llaman a sus obras "sus hijos", y que en la ley de Propiedad Intelectual, se habla de paternidad de las obras. Sin embargo, aquellas letras, al principio con un volcado despliegue de fantasía, estaban aún muy lejos de ser una obra literaria en sí, dado que el proyecto era un trabajo de instituto durante el curso que íbamos a terminar, y escribir un cuento o un pequeño relato, era el trabajo final. Es gracioso recordar que en un aula donde estaba rodeado de 22 muchachas, siendo el único varón, surgiera una historia de aventuras, piratas, oro enterrado.... ¿se estaban aliando todas las emociones y los sueños de la juventud para transformarse en tinta?
 

Primera portada 1987
            Había estado durante aquel curso plasmando en los encargos solicitados, todo mi potencial para trabajar con las descripciones, haciendo más de un monólogo relacionado con obras de grandes autores. Mi profesor me pidió un poco más. Quería que lo sorprendiera con aquel trabajo. Deseaba que me superase a mí mismo con el proyecto. Me dijo que sabía que podía hacerlo, y lo hice. Aproveché los últimos fines de semana, mientras mis hermanos y mis amigos salían de juerga, para ligar con una invasión de jovencitas japonesas ávidas de conocer españoles, a fin de darle forma al legajo original, sumergido totalmente en la idea, y en la creación de una nueva obra, pero seguía siendo un simple cuento juvenil...., al fin y al cabo, era lo que me habían solicitado para mi examen final.

            No obstante, antes de aquellas letras, había habido muchas otras más. Llevaba escribiendo desde que tenía 11 años. Era mi pequeña carrera artística, ¿casualidad?, quién sabe. Aquel año forzosamente, parecía que se había empeñado en ponerme a prueba, ya que la historia escrita, no quedó en el tintero, y La Leyenda del Capitán comenzó a ser leída por el resto de los estudiantes del instituto, tal como se lo iba pidiendo mi condescendiente profesor de literatura a sus alumnos, primero a las chicas de mi aula, y después al resto de las otras clases que llevaba. En aquel momento, estaba lejos de saber el impacto que estaba llamado a producir mi curiosa obra.

            Vaya, si tuviésemos que poner música a este artículo para ambientar el momento, no sé qué melodía podríamos elegir...., quizá la banda sonora del compositor José Nieto para aquella serie española televisada en el año 1991, llamada Capitán Cook..., que yo siempre vería como el marco ideal para mi historia.

            Mi obra fue publicitada de manera desinteresada por los compañeros que habían leído el legajo, que tan solo contenía 38 páginas, 4 capítulos subtitulados y un glosario de términos náuticos, escritos por una vieja máquina de escribir olivetti de toda la vida. Quedaban muchos años para que llegase la época dorada de obras como La saga del capitán Alatriste,  El Código Da Vinci y otras brillantes novelas parecidas. Aún no se había dado el pistoletazo a las grandes obras esotéricas, que tantos millones de ejemplares han vendido en todo el mundo. Faltaría mucho para que se pusieran de moda los bestsellers de fantasía y de Historia que hoy dominan todavía los estantes de las librerías. Era un tiempo muy sencillo. Un tiempo de los de antes. Cuando aún no había internet en cada hogar, ni ordenadores, ni móviles de última generación, ni correo electrónico, ni watssapp... pero mi historia era distinta, era emocionante. Recordaba aquellas obras clásicas de Julio Verne, Emilio Salgari, Jack London... Todo el mundo comenzó a corear el legajo de boca en boca, entre los distintos grupos de amigos, primero en el insti, después en la calle, y así, mi pequeña obra, atravesó las puertas docentes, y salió a la luz.

            De mi estancia en el ejército había dejado algunos buenos amigos, por lo que la obra original, con el dibujo de portada que yo le había hecho, fue encuadernado con tapas de plástico, y el diseño que le preparó mi compañero, el cabo Senén, para que quedase algo más profesional, y que aún se conserva casi intacto. Digo casi, porque llegó a romperse y correr el peligro de ser destruido, por lo que tiempo después, se hizo una copia encuadernada en cartoné azul, más moderna, para evitar que se perdiera el original. 
Segunda portada 1989

            El relato comenzó a ser leído por amigos de amigos, por los hermanos y hermanas de éstos, por las novias y novios de todos, sus familiares, sus padres, sus conocidos. Tenía que hacer un esfuerzo para seguir la pista del legajo, que en ocasiones desaparecía sin más. Mi madre me echó una pequeña bronca, diciéndome que me lo iban a robar, aunque por suerte, entonces no se robaba como se roba hoy. Mi pequeña novela corrió grupos enteros de gente a la que no conocía, y a muchos jamás les llegué a conocer, puesto que mis vínculos no alcanzaban tan lejos, pero la idea y el proyecto cautivó a centenares de personas en Ávila. Cuando salíamos los fines de semana, comencé a tener contacto con otros chicos y chicas que querían conocer al autor del legajo, y se acercaban vía amigos más cercanos, para hablar conmigo y darme la enhorabuena. Me sentía extraño, me sentía sorprendido, eufórico, me decían que mis letras se parecían a los libros que leían de otros autores en el mercado, más reconocidos, pero el poder seductor del legajo, aún no había empleado toda su fuerza, pues en un lejano futuro, también saldría de España hacia Francia.
 

miércoles, 12 de agosto de 2015

¿HISTORIA O FICCIÓN?: LA LEYENDA DEL CAPITÁN.


 

 
            ¿Cómo nace una obra literaria?

            ¿Cómo se transforma de ser una hoja en blanco que no dice nada, a ser una obra escrita, que lo dice todo?

            Las obras literarias, al igual que las personas, tienen vida propia, y por lo tanto, poseen una trayectoria de existencia, una razón para nacer. Es por ello que se suele afirmar, que un libro es como una persona que tiene algo que contarnos.

            Hace 28 años, en un remoto rincón, sumamente sencillo y rural, nacía La Leyenda del Capitán. Todo el fondo bibliográfico utilizado para su creación, entonces, fue un vulgar folleto turístico, de una ciudad costera española, pero en aquellos momentos le sobró para abrir sus ojos al mundo.

            Aún así, ver plasmada la realidad de un proyecto, de una idea, en un volumen impreso, es una empresa sumamente larga, paciente y llena de trabajo. Su resultado, al igual que cuando nace una persona, nos dirá si valió la pena.

            Hay quien asegura que la labor del escritor, al inventar historias, dotándolas de personajes que gozan de su propia personalidad, de carácter, características y destinos propios, como en la vida misma, nos sitúa un poquito más cerca de Dios, porque de alguna manera, nos estamos empeñando en imitarlo. Quizá al fabricar esos protagonistas, concediéndoles una imagen, haciéndoles vivir, sufrir y morir, nos encontremos jugando con sus sentimientos −o con los de los lectores−, y adoptemos de alguna manera una curiosa responsabilidad, o quizá incluso, seamos un poco herejes, al tratar de plagiar la obra de la Creación, plasmada en letras.

            Los ideales y la moralidad de nuestros lectores, en todo caso, tienen la última palabra, ellos serán nuestro exigente jurado. Nos darán o nos quitarán la razón al enjuiciarnos, según sus convicciones, cuando se emocionen con sus capítulos.
 

            Al crear una historia nueva no conocida, de algún modo estamos materializando mágicamente los escenarios que ocurren en sus páginas; sucesos como el amor, el dolor, el odio o la muerte, son tan humanos, que no importa que un personaje de ficción, con nombre ficticio, los protagonice, pues el carácter con que lo viste el escritor, lo transforma en alguien real, de carne y hueso. Ese personaje lo podemos ver reflejado a diario en cualquiera de las personas que nos rodean, o en aquellas que, aunque no conozcamos, intuimos que existen. Tan parecidas y tan familiares como nuestros archiconocidos héroes o tiranos novelados. Tan adorables o temibles como aquellos que la pluma fabricó. Porque en el fondo, somos humanos, y lo mejor que sabemos hacer, es reflejar todo lo que es más humano, más cercano, más posible.

            Entonces pasearemos por una calle o una plaza cualquiera, cuyo nombre aparece escrito en la obra, y sentiremos que ellos están allí, a nuestro lado, que nos observan. Sentiremos que la historia cobra vida, que tiene aliento, voz, que respira y suspira, que su corazón late..., y es entonces cuando la obra literaria, con nombre propio, cobra fuerza, emana tanta luz propia ante las emociones mundanales de las personas, que éstas se deleitarán participando de las mismas sensaciones y emociones que sus protagonistas, en aquellos rincones novelados donde todo tuvo lugar, donde todo se llevó a cabo, dentro de esa otra dimensión invisible construida con tinta.

            En repetidas ocasiones, a lo largo de los años, nos sentiremos identificados con muchos de ellos, y nos preguntaremos qué haríamos en su caso, qué pasos hubiésemos dado de ser nosotros quienes tuviésemos que elegir dentro del escenario, de tener que decidir ante el desenlace de su destino. No importa si somos héroes, villanos, princesas, víctimas o alguien que pasaba por allí. Serán tan reales como la vida misma. Nos sentiremos al leerlos, tan implicados como ellos mismos en la maravillosa o fatal espiral de su razón de ser.


                                                                                  Ávila, 17 de julio de 2015.