domingo, 5 de junio de 2011

BAJO UNA MISMA BANDERA

            He oído decir en más de una ocasión que solamente hay una motivación más fuerte que la religión, y que ayuda a los hombres a luchar a favor o en contra de sus emociones, es el patriotismo.

            Sin embargo, a día de hoy, hay lugares en que ese patriotismo se ha perdido o al menos ya no existe como lo hizo en pasadas épocas, quizá porque en el presente tenemos puesta la mente en otros ideales más importantes, porque no tenemos tiempo para preocuparnos de esas tonterías, o quizá porque vivimos en una sociedad evolucionada que ha logrado al fin deshacerse de esas cadenas que la obligan a sufrir por cuestiones no deseadas, o no comprendidas, que para muchas personas tienen tan poco fundamento, a pesar de que, de una manera imparcial, y sin saberlo, posiblemente sea un sentimiento del que depende nuestra vida y nuestra seguridad.

            En mi trayectoria vivida he tenido la oportunidad de estar en ambos lados, en el lado patriótico, y en el lado rebelde, y por extraños caprichos del destino, he crecido más patriota aunque he sido y aún soy tremendamente rebelde. Mi forma de ver a mi país y a los valores que éste representa, es posible que resulten extraños en la sociedad que me rodea, puesto que guardo unas ideas bastante conservadoras, pero me hace sentir bastante bien el hecho de pensar como lo hago, y me hace vivir feliz a pesar del entorno en el que vivo, ya que puedo afirmar con total convencimiento, que estas ideas están alimentadas por unos principios que han visto engrandecer mis capacidades personales, hasta tal extremo, que me han preparado para vivir el mundo en cualquiera de sus facetas, y de sus transformaciones, por muchos cambios que éste pueda sufrir, sin que éste hecho me haya degradado lo más mínimo.

            Cada día que amanezco, me duele ver cómo a diferencia de otras naciones, mi país se ve envuelto en diferencias políticas que lo llevan a deshacerse en pedazos poco a poco, configurando una lucha de ideales y de intereses que lo desgastan y lo empequeñecen ante los ojos de sus ciudadanos y ante el mundo entero, y me veo condenado a observar, impotente y con cierta envidia, cómo otras naciones crecen y evolucionan culturalmente, económicamente y políticamente, mientras mi reino acepta ingenuamente y con estúpida magnanimidad, verse reducido al concepto de tribu superviviente, amueblada por un mosaico de subculturas que solo buscan en ella dejarla seca a fuerza de mamar de sus viejas tetas, sin preocuparse a cuántos hijos es capaz de alimentar, y si ha tenido la oportunidad de poder alimentarse antes, para no morirse de hambre.

            Pero en éste año 2010, durante unos días, algo cambió en el corazón y la mente de los españoles, algo nació y floreció de un modo extraño, quizá místico, lo que me lleva a pensar, que es posible que Dios sintiera la necesidad de sembrarlo y que su fruto, como han venido buenas lluvias, creciera con fuerza en el espíritu de ese inocente pueblo español. Estábamos disputando el Mundial de Fútbol 2010, en tierras de Sudáfrica, en el culo del mundo occidental, perdidos de la mano de la civilización conocida y por conocer, pero no de la mano del resto de la humanidad, que nos seguía día a día sin perder detalle de nuestras proezas, por desgracia, las únicas de las que ya somos capaces.

            Yo no soy muy futbolero. De hecho, puedo asegurar, que hace muchos años que me dedico a mejores cosas que a vegetar mirando a once estúpidos, persiguiendo una bola en mitad de un prado. La verdad es que me apasiona la vela y el submarinismo, o dicho de otro modo, el mar, también la montaña, y si soy sincero, nunca veo fútbol ni encuentros deportivos de ninguna clase en la televisión, pero después de unos días, al ver a esos muchachos esforzarse tanto por llegar al final, al ver a aquellos jóvenes luchadores correr como locos para lograr el trofeo, comencé a experimentar la sensación de que estaba más cerca de ellos, de que deseaban ofrecer algo al resto de los españoles, y empecé a prestarles atención, porque me estaban abriendo el arca del patriotismo. Comencé a sentir que algo de mi estaba allí, junto a ellos, y comencé a darme cuenta de que por todas partes se alzaba la bandera española, y que todos mis vecinos la llevaban con entusiasmo, con alegría, con orgullo, y aquello me satisfacía enormemente.

Volvíamos a ser un pueblo grande como en sus mejores épocas imperiales, con esa fuerza y esa grandeza que siempre nos ha caracterizado, pero lo más importante de todo, fue que allí, junto a ellos, estábamos todos, a pesar de encontrarnos a miles y miles de kilómetros de ellos. En aquel trozo de prado verde, no solamente corrían ellos para alzar a hombros a España, sino que corríamos todos, desde nuestros hogares, desde cada bar del barrio, desde cada plaza de cada ciudad…..y esa unión, ese grito multitudinario nacido de millones de gargantas, con el mismo origen de nacimiento, era la fuerza de España, mi país, que estaba allá con ellos, mientras ellos luchaban por todos nosotros, para ofrecernos la gloria con su esfuerzo. Eso, en aquel momento, también era patriotismo.

            A decir verdad, solamente fui testigo de la semifinal contra Alemania, y de la final contra Holanda. Me perdí el resto del ascenso, el resto de los partidos, que hasta aquel instante, eran para mí otros partidos más como el resto de los que se disputan todo el año,  pero nunca me he sentido futbolero como en ésta ocasión, y me alegré tanto de verles triunfar como los más aficionados, y entonces me pregunté qué me pasaba…si el fútbol me importa un bledo.

            Pero ahora sí sé lo que me ocurría. He visto a un país entero estar pendiente de 23 muchachos, españoles, sudar y luchar detrás de un vulgar balón para llegar al final de una competición, pero al hacerlo, estaban llevando consigo a muchos millones de españoles con ellos, y al mismo tiempo, a miles de millones de personas en todo el mundo. Ellos solos, fueron capaces de robar la atención a todo un planeta entero, pero lo más importante es que, en ése espacio, unieron a todos los españoles que estaban desunidos, logrando dibujar una sola imagen para todos con su papel.

            Y de pronto, durante aquellos días, ya no había nacionalidades en España, ya no había fronteras, ya no había intereses políticos ni diferencias regionales. De pronto, todos los corazones latían en el mismo idioma, pendiente de sus jugadores, pendiente del resultado de sus hermanos en el campo de batalla del mundial. De pronto, todos los españoles eran iguales y sentían igual ante el resto de los españoles, hermanados bajo un mismo grito de guerra, identificados con los mismos colores rojo y gualda, olvidando de dónde vienen, dónde han nacido o en qué lugar de España viven, trabajan o salen de paseo los domingos, porque todos existían bajo una misma bandera…

            Todos los españoles, en todos los rincones del mundo, cantando un mismo himno, con una misma voz, hacia el universo, levantando las manos hacia el cielo para arropar un mismo sentimiento nacional, que rompe todas las barreras impuestas por personajes falsos y mentirosos, que quieren ver a España y a los españoles enfrentados y separados por catecismos engañosos y sin fundamento.

            Mientras estaba allí, mirando al resto de los españoles gritar a mi alrededor, nombrando a su país, sin insultar su bandera, orgullosos de quiénes son y de lo que son, orgullosos de su tierra y de lo que esa tela oficial significa, sentí ganas de llorar, y pensé que, en el fondo, aún no se ha perdido España, y que es gracioso que hayan tenido que ir hasta aquel lejano lugar un puñado de españoles para demostrarnos a nosotros mismos lo que en el fondo somos y deseamos ser y sentir, y que, si no lo hubiesen hecho, es posible que nunca hubiésemos descubierto esa emoción. Y entonces, en aquellos momentos, mirando a mi alrededor, y observando la emoción de las personas, que aceptaban aquella imagen unida y fiel, me pregunté ¿por qué no siempre es así? ¿por qué no somos un solo pueblo en lugar de muchos distintos?

            No era un equipo aislado, ni era un equipo local o regional, ni tampoco era un equipo extranjero para nosotros, era nuestro equipo, el que nos representa en el mundo, éramos un poco todos nosotros, niños y grandes, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, pero ante todo, españoles, aunque para mi no era fútbol, no eran jugadores, era España y el carisma español, la grandeza de mi pueblo y de mis hermanos llevada a lo más alto, y podría darse la circunstancia de que yo estuviese mirando lo mismo que el resto de españoles pero con otros ojos, que ven otra imagen distinta de la que ven ellos. Estaba viendo un país unido, que aupaba aquellos valores con los que yo convivo cada día del año en mi sencilla vida, doliéndome de pensar que soy de los pocos que quedan que conservan semejantes ideas y valores, en una sociedad perdida y podrida, pero ahora sé que no tiene que ser así, que solo somos un pueblo dormido, pero un pueblo que permanece junto, y que es español de verdad.

            Seguramente cuando pasen unos días, todo volverá a la normalidad, los futboleros seguirán viendo fútbol, los fanfarrones seguirán maldiciendo a España, y los vagos seguirán viviendo de este país sin dar ni golpe en todo el año, pero al menos, yo he visto por una vez en mi vida, que cuando es necesario, los españoles son capaces de permanecer unidos, y que en el fondo, esa bandera sigue siendo como la voz de una madre, que solo necesita abrir la boca, para que sus hijos la abracen con todo su calor.

            Hoy me siento un poco más satisfecho de España y de los españoles, y cuando salga a la calle les miraré con otros ojos, porque podré decir que he visto a mi pueblo unido ante el adversario al menos en una ocasión, y que esa ocasión fue premiada por un jurado, silencioso y exigente, que miraba cómo los chicos de mi país lograban una gloria planetaria para el resto de los españoles que les esperaban aquí, en su tierra. Sé que todos ellos también se sienten orgullosos como yo de su hazaña, y que la vamos a recordar durante mucho tiempo.

            Después de esos días, he visto volver la calma y la rutina a las calles de mi ciudad, las mismas calles donde saltaron, gritaron y ondearon varios miles de almas de muchos de estos españoles, congratulados en un mismo himno, durante un puñado de horas.

 Cuando paso de nuevo por esas calles, que ahora están tranquilas, y que parece que nunca han celebrado esa victoria, veo a todos aquellos vecinos que se sintieron orgullosos por unos días de mi país, de ese único país que tienen, fabricando un patriotismo que ha tenido que nacer de un acto tan simple como un partido de fútbol, para recordarnos que estamos juntos y que somos grandes, muy grandes, más grandes de lo que nunca habíamos imaginado, aunque soy consciente de que es necesario recordar de vez en cuando a este pueblo, que somos y existimos todos, bajo una misma bandera.
                                                                                                                           
                                                                                                                  17 de enero de 2011.