sábado, 6 de septiembre de 2014

LA INCREIBLE LEYENDA DE LA BUZZE II


Aunque los documentos originales sobre su nacimiento en Calais, están desaparecidos, existen datos que relacionan a Levasseur con capitanes como Benjamín Hornigold, Roger Wood y Barbanegra, a través de la legendaria nación de Libertalia, la república supuestamente creada para formar un gran ejército de piratas, ya que todos ellos vivieron en el mismo período en aguas del Caribe, aunque Edward Teach, alias Barbanegra, murió en 1718, atrapado en una emboscada dirigida por el teniente Maynard. La idea de Levasseur era aprovechar un momento de tranquilidad para reunir una buena tripulación con objeto de emprender nuevas acciones en el mar.

En este momento de la Historia, la isla de Borbón o Bourbon, era uno de los centros neurálgicos del intercambio comercial entre piratas y habitantes del puerto, tal como había sido en pasados tiempos Jamaica, la Española, Tortuga o el archipiélago de las islas de Sotavento, en el mar Caribe. Allí se revendían los botines capturados por estos filibusteros a bordo de las naves que integraban aquella encrucijada comercial indiana, poniendo en un serio aprieto al rey de Francia además de otros países, que ven peligrar la seguridad de sus flotas, mientras ponen en ridículo a las armadas reales. En sus muelles, los piratas adquieren productos necesarios para sus correrías, pagándolas en efectivo a los proveedores, por lo que aquello se convierte en un negocio lucrativo.
 

Las monarquías de Europa, cuyo poder comenzaba a alcanzar un rango de potencias comerciales, temían que la unión de todos los piratas del Caribe formase un auténtico ejército difícil de combatir. Debido a ello, los antiguos Hermanos de la Costa fueron perdonados mediante un decreto general de amnistía que exigía abandonar la piratería a cambio de librarse de la horca, a lo que se acogieron la mayoría de ellos, de los que una buena parte vivía en la isla de Reunión. Olivier La Buzze, no llegó a enterarse de este decreto porque tardó mucho en desembarcar en ésta isla, y siguió operando por su cuenta en el mar, hecho que fue traducido por las autoridades como rebeldía ante el ofrecimiento de perdón, y mientras sus antiguos compañeros de correrías eran absueltos de sus delitos, Olivier se convirtió en reo de persecución. Por ello, cuando el Halcón, como era conocido por muchos, fue ahorcado en 1730, sus compañeros no hicieron nada por salvarlo, aunque se sabe que los antiguos Hermanos de la Costa, tenían una especie de hermandad clandestina que les ayudaba a perpetuar el conocimiento de sus secretos, manteniendo ocultos muchos de sus enterramientos o pecios localizados, lo que ayudó a que Olivier fuese una figura respetada y admirada por los piratas para la eternidad. Ya a finales del siglo XVII, cuando los filibusteros del Caribe habían comenzado a dirigirse al mar de la India, las potencias europeas, que deseaban proteger sus cargamentos, negociaron un convenio con los piratas, ofreciéndoles un lugar para vivir si aceptaban convertirse en colonos. Entre 1720  y 1730, el jefe de las cuatro principales familias filibusteras de Madagascar, fue uno de aquellos antiguos capitanes arrepentidos que logró comenzar de nuevo y abandonar la piratería. La mayoría de todos aquellos bucaneros, cesó la actividad de los abordajes y se convirtieron en ciudadanos pacíficos que gozaban de la indulgencia ofrecida por el rey de Francia, por lo que sus naves quedaron abandonadas en los puertos, pudriéndose sin navegar. Pero no todos se encontraban en aquella situación.


El sector de investigación sobre las acciones piratas, discurre en la zona alrededor de las islas Mascareñas, donde existen cementerios de barcos en los bancos de arena de la isla de Santa María o Nazareth, al oeste de Madagascar. Los antiguos mapas no muestran con la suficiente precisión las rutas que se seguían en la India Oriental, y que convergían al pasar el cabo de Buena Esperanza, en una franja de mar entre Madagascar y la isla de Francia, en el canal de Mozambique. Las naves de la Compañía de las Indias Orientales, utilizaban la isla de Francia y la isla de Bourbon, para que les permitiesen el avituallamiento de agua y alimentos frescos al hacer la ruta entre las islas de Malabar y la costa de África. Los vientos alisios les permitían navegar entre la isla de Francia y el cabo de Buena Esperanza en apenas unas semanas.

Sin embargo, esta ruta comercial intensa, era igual de buena para los mejores piratas que exploraban el Mar de la India, porque por ella circulaba una corriente de objetos preciosos muy valiosos que viajaban a bordo de grandes fragatas y corbetas, oro, plata, diamantes, especias, telas, maderas exóticas, etc. Los halcones acechaban a sus presas entre la isla de Francia y la isla de Bourbon, donde se contaban historias en las tabernas y en los puertos por parte de marineros que cuando bebían, hablaban demasiado, constituyendo una buena fuente de información que les permitía conocer cuál era la presa buena que se haría a la mar. Para ello, los capitanes colocaban como vigías a los piratas que tenían mejor vista y conocimiento para distinguir las velas comerciales de las naves de guerra. Uno de los destinos más populares fue la isla de Santa María, puertos de Nosy Bohara o Ibrahim. Esta isla ofrecía magníficos fondeaderos que proporcionaban un excelente refugio contra las tormentas, ciclones y vientos frescos, ayudándoles a llegar rápidamente a Madagascar sin perderse. Además en esta isla se encontraba fácilmente madera y agua para abastecerse.
 



Olivier La Vasseur había llegado al Indico para realizar una campaña abordando barcos junto al capitán pirata John Taylor. Para ello los dos piratas se dirigen en principio a la isla de Bourbon, hoy Reunión, a donde arriban en la mañana del día 20 de abril de 1721. El día 26 de abril, La Buzze y Taylor alcanzan la bahía de Saint Denis, en la que descubren dos barcos que se están reparando, los portugueses Nuestra Señora del Cabo y el San Pedro. La primera de estas naves posee 800 toneladas de arqueo y 72 cañones, había sido dañada por los temporales en la navegación realizada a través de la ruta seguida entre la India y Portugal. En ella viajaban el virrey de la India, conde de Ericeira, Luis Carlos de Ignacio Javier de Meneses, así como el arzobispo de Goa, don Sebastián de Andrade Pessanha, junto a un rico cargamento de diamantes, joyas, lingotes de oro y plata, perlas, telas de lujo, especias y exquisitos muebles, cuyo valor han estimado algunos investigadores en 4,5 millones de euros. Entre las piezas más valiosas, la leyenda cuenta que figuraba la Cruz de Fuego de la catedral de Goa, de oro macizo y con un peso de más de 100 kg., por lo que se necesitaban tres hombres para moverla.

Los dos capitanes piratas observaron con sus catalejos que los cañones de la nave mayor, el Nuestra Señora del Cabo, estaban desmontados, y la tripulación estaba ocupada en las labores de reparación y calafateo, por lo que navegan hacia el noreste despacio, aprovechando los alisios, acechando a las naves conscientes de que se trataba de una presa indefensa. Este barco portugués se había refugiado allí de las violentas tormentas del océano, procediendo a la reparación del casco y los aparejos. La isla de Bourbón se había convertido desde 1657 en un puerto de escala para la Compañía de las Indias Orientales. Para conectar los barcos grandes con tierra se usan embarcaciones menores, pues el fondo de la bahía tenía apenas unas docenas de brazas, y las navíos más pesados apenas se podían acercar al muelle. Mientras los carpinteros sustituyen piezas dañadas con la madera traída desde la isla, reparando también el timón, los marineros reponen velas y aparejos, por lo que el Nuestra Señora del Cabo se halla incapaz de maniobrar, amarrada bajo sus dos enormes anclas.

Las naves filibusteras se acercan despacio a la bahía de Saint Denis, disparan algunos tiros de cañón para animar a sus víctimas a rendirse, como era la costumbre, antes de entablar combate. Los disparos alertan al gobernador Desforges-Boucher, que se encontraba en la terraza de su rica mansión, en compañía del virrey de Goa. En tierra, los habitantes de la localidad, se reúnen para observar impotentes el ataque de los piratas en la bahía, pero las naves inglesas se acercan a gran velocidad, aprovechando que el barco portugués estaba desarmado, y su tripulación en tierra. La campana de a bordo del navío Nuestra Señora del Cabo pone en guardia a la tripulación y la infantería, pero la fuerza de ataque enemiga supera la cobertura artillera de 74 cañones, mientras un conjunto de 480 piratas, después de reemplazar las banderas inglesas por pabellones negros con calaveras, se lancen sobre el buque insignia portugués. Aunque el virrey consigue llegar a bordo, sus hombres son pocos y no pueden superar la contienda. Una vez tomado el control de la nave, los piratas celebran su victoria, hacen un registro de la nave encontrando diamantes, cabezas y esculturas de oro macizo, cofres llenos de monedas de oro y joyas, telas de seda, especias, muebles, lingotes de oro y plata, objetos litúrgicos, etc. Los capitanes celebran el éxito entre borracheras y comilonas durante varios días, antes de hacer un primer reparto. La tripulación superviviente es abandonada en tierra.