domingo, 7 de julio de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La traición francesa en 1680 II


             En Veracruz, los corsarios encuentran un galeón que estaba siendo reparado en rada, pero aunque la idea es destruirlo, se produce a bordo un desafío de poder entre el almirante y su primer jefe de escuadra, Monsieur Gabaret, que pretende atribuirse la gloria de la acción, por lo que la flota francesa renuncia al ataque y el galeón se salva milagrosamente de ser cañoneado.

            En sus navegaciones en aguas españolas, D’Estrées decide vengarse de la captura de un galeón francés en el Pacífico a manos de la flota de Manila, atacando también a la Armada de Barlovento, responsable igualmente de la captura de varios navíos franceses e ingleses que operaban en corso, y que navega al mando del general Quintana, y persigue su estela por el Caribe sin poder hallarla.
    

       
No obstante, en una de las jornadas se lanzan sobre una flota de cinco barcos que navegan al norte, entre las cuales se hallan las famosas fragatas de guerra Berlín y Zeven Provincen, pero cuando al final llegan a su altura, descubren que se trata de la flota perteneciente al Príncipe Elector de Branderburgo, el cual está vinculado a las Provincias Unidas del norte de Europa, y no a España. Al almirante francés le sorprende que aquella flota haya navegado tan lejos de sus escenarios de operaciones.

            En el encuentro, el capitán alemán se muestra dispuesto a ayudar a los franceses a atacar las posesiones españolas, ofreciéndole su apoyo, puesto que el rival español es un enemigo político para ellos, y además supone un difícil oponente comercial, a la par que les enfrentan motivos religiosos contra los católicos, de modo que resulta que se hallan allí para llevar a cabo la misma misión que los franceses.

            En un informe que el almirante francés emitió hacia 1681, deja patente la consciencia que los extranjeros y sus filibusteros entre ellos, tenían de la falta de defensa de las costas americanas españolas en ultramar, motivada principalmente por una grave crisis económica y una desorganización tremenda, nacida de la metrópoli de Madrid, por lo que anima a su majestad a enviar barcos y tropas, con las que atacar las colonias, participando personalmente de los enormes recursos de los territorios españoles, a través de los botines conseguidos. Para ello, cuentan con la opción de convencer a los indios cimarrones para que se unan a ellos contra los españoles, además de hacerlo con esclavos, desertores y presos evadidos, que van encontrando en su camino.
            Es irónico pensar que en la metrópoli española, en respuesta a la traición francesa, y la falta de respeto de los convenios internacionales de paz, se estaba estudiando la decisión de Carlos II de testar a favor del rey francés, entregándole como premio todo el imperio, contra la voluntad del pueblo español y la del pueblo criollo americano, que finalmente contaría


con el visto bueno en la península ibérica hacia el heredero francés, pero no del todo en las posesiones al otro lado del océano, donde se comienzan a incubar ya las ideas de poder y autocracia de los principales dirigentes de cabildos independentistas en el imperio, especialmente cuando sus líneas comerciales les colocan en un estamento de riqueza que difícilmente posee la nación española.
            En este escenario, los ingleses comenzarían a observar a los franceses como el nuevo rival, distinto de aquellos holandeses que simbolizaban una naciente potencia que les hacía sombra, y que en el futuro sería el contrincante americano en las tierras de la vieja Nueva Holanda, la futura Canadá. Como los criollos de las colonias odiaban la política impuesta desde Madrid, que les exigía unos precios e impuestos abusivos, cuando el virus de la insurgencia comienza a influir en sus líderes, Inglaterra apoya las rebeliones, con objeto de usarlas contra el nuevo imperio que gobierna la sangre francesa en América. Curiosamente, la respuesta francesa sería exactamente la misma en la Guerra de Independencia de los nacientes EE. UU. frente a los ingleses, cuando finalmente apoyasen la causa yanqui con el envío de tropas y barcos de guerra, y que culminaría en la famosa fecha del 4 de julio.