jueves, 20 de septiembre de 2012

LA AVENTURA DE NAVALUENGA.- CAP. 1

Las aventuras infantiles y juveniles forman parte de nuestra vida, son un apunte importante en el diario de nuestra existencia que mantienen viva nuestra memoria mientras conservan la llama de los recuerdos más exquisitos y más sublimes, formando en cierto modo un pequeño y teórico legado que algún día contamos a nuestros nietos.

Relatar nuestras vivencias, se puede comparar con escribir la novela de nuestra vida, y en este sentido es importante porque cada vida es única, y cada aventura también, y además ambas solo existirán una vez en la historia de la humanidad, puesto que serán totalmente personalizadas, llenas de humor, temor, sentimientos, experiencias, reflexiones.....y con el tiempo, son la mejor escuela a la que tendremos la oportunidad de asistir jamás.

Cuando lo hacemos, estamos volviendo a vivir aquella aventura de algún modo, al mismo tiempo que brindamos algún tipo de homenaje a quienes la vivieron con nosotros, a quienes compartieron su momento con el nuestro, a quienes estuvieron a nuestro lado en aquellos escenarios, que solamente durarán el fogonazo de un instante que perdurará en nuestra mente para siempre.....

Esta aventura que os voy a relatar ocurrió hace muchos años, y lo que podréis leer está contado letra por letra, con fidelidad,  tal como lo vivimos en el pequeño pueblecito de Navaluenga, en el sur abulense, un grupo formado por dos amigos y dos hermanos......, por ello quiero con estos apuntes rendir un homenaje a mi hermano Miguel, y a mis amigos Antonio Moreno y Carlos Rodriguez, por un lado, que fueron los protagonistas de aquella aventura a mi lado, y al resto de todos los demás amigos que no estuvieron en ella, por otro.

Levamos anclas.....

Agosto de 1988. Mis amigos preparan una escapada a la localidad de Navaluenga, quieren hacer una acampada con la tienda de campaña, mientras yo estoy aún cumpliendo con mi servicio militar....como yo quiero ir con ellos (no me lo hubiera perdido por nada del mundo....), tengo que hacer malabares para convencer a mis mandos inmediatos de que me permitan coger unos días....que no olvidaría jamás....

La acampada se modifica debido a que unas buenas amigas que allá tenemos, poseen un piso vacío de 3 dormitorios sin alquilar, y nos lo ofrecen para pasar esos días. El grupo lo formamos el que relata, mi hermano y los dos amigos de Ávila. Ilusionados cogemos un autocar y nos ponemos rumbo al pueblecito, un entorno que cuando son fiestas multiplica su población por 10, sobretodo gente de Madrid, hacen unas fiestas de pánico, con chiringuitos estupendos, en verano piscinas naturales de vicio y unas chicas de infarto. La guagua, como llamamos al autocar que nos lleva allá, viejo, gastado y que se mantiene en pie de milagro, asciende penosamente por  la carretera N-403, que envidia a los senderos de la sierra agreste, avanzando a una velocidad semejante a la del triciclo de un niño de dos años en un arenal, ambientado por paisanos que llevan a bordo gallinas, maletones como petroleros, sacos de ropa, redecillas con fruta, sacos con aperos, etc.... pero es lo que había entonces.

Ibamos a ser cinco amigos, lástima que uno de ellos, Miguel el Fisio, un buen amigo y la segunda guitarra que tanto echaríamos de menos, se quedó en tierra porque se tenía que operar de la nariz, ya que la tenía deformada desde hacía años, y lo empeoró un choque frontal accidental con otro amigo, por lo que no estuvo en la aventura, no sabéis cuánto lo lamentaría después.....Cuatro protagonistas, todos aventureros hasta la saciedad, que habíamos protagonizado juntos montones de escapadas, rebeldes, atrevidos, sin temerle a nada, deseando que ocurrieran cosas nuevas, dispuestos a todo, sin compromiso con nada ni con nadie que no fuésemos nosotros mismos, en un entorno de película. (Continuará).

sábado, 1 de septiembre de 2012

Filosofía de la vida...


"El hombre que no teme a las verdades, jamás temerá a las mentiras..."

                                                                                                          Fernando García de Frutos