La batalla.
El
gobernador del Puerto de Santa María en aquellos momentos es D. Diego de Espino
y de la Guardia, que se encontraba enfermo y postrado en la cama. Aguantó hasta
el último instante en la ciudad, negándose a abandonarla ante la presencia de
las tropas enemigas, para marcharse. Por tanto, las primeras medidas defensivas
han de ser adoptadas por el corregidor de la Rocha. Se procede a sacar de un
navío anclado en el Guadalete 6 cañones con sus cureñas, que se llevarán a
Santa Catalina, y otros 6 más que se llevarán a la boca del río y la barra,
para protegerlo con defensas de fuego. Al castillo de Santa Catalina llegan 8
cajones de balas de mosquete y arcabuz, que pidió el comandante D. Después, se forma una cuadrilla con 20
hombres para vigilar a los enemigos desde posiciones avanzadas.
Desde
lo lejos se acercan unos 13000 infantes aliados armados y listos para combatir.
Se decide abandonar urgentemente la ciudad del Puerto, para poner a salvo a la
gente. Nutridos grupos de vecinos se encaminan hacia el campo de la Victoria,
hacia el este de la ciudad, debiendo separarse padres e hijos, maridos de
esposas, en un escenario de dolor y lágrimas, mientras dejan atrás sus casas y
sus bienes, logrados en toda una vida. También los clérigos y las monjas de los
monasterios han de ser evacuados inmediatamente, ante la amenaza que supone
permanecer allí.
El
saqueo del Puerto de Santa María comienza el día 2 se septiembre, y duraría
hasta el día 7 del mismo mes, pero no lograban invadir el resto de las
ciudades, ni tampoco atraerse a su causa al pueblo andaluz, una de las misiones
prioritarias impuestas como razón de aquella guerra, quizá porque entre otras
cosas, el Capitán General había decretado que ejecutaría a todos los traidores
a la patria, y porque cuando los aliados entraron en las localidades, estaban
abandonadas. Los invasores se vieron obligados a construir puentes en el
Guadalete y en el río San Pedro, para poder atacar y ocupar Puerto Real, que se
hallaba abandonada. Su gobernador, desoyendo las órdenes de Villadarias, trató
de negociar con los enemigos, por lo que más tarde sería juzgado y ejecutado en
la horca.
Entre
el 9 y el 16 de septiembre se ataca Matagorda desde Puerto Real, con un
ejército de 3200 hombres, que atraviesa el puente de Suazo, pero la artillería
de la plaza unida a la de algunos barcos, les obliga a retirarse, fracasando en
el intento de tomar Cádiz por tierra, en cuyo combate, las milicias españolas
les causan más de 600 bajas. Lo mismo ocurre en Jerez, donde su gobernador, D.
Bartolomé Leandro Dávila, recibe una carta instándole a la rendición, pero el
correo enviado es tomado preso, y se considera ignorada la carta, que es
enviada al Capitán General, manteniéndola en secreto. Se habían echado a pique
dos navíos en la entrada de Puntales, que fueron unidos con cadenas, a través
de pipas flotando a flor de agua, evitando que los barcos enemigos entrasen a
puerto. Para ello se aprestan además en la batalla varios galeones, un pontón y
una chata armada con 12 piezas de 24 libras.
El
príncipe de Darmstat se encontraba acuartelado en el molino del Salado, a un
cuarto de legua de Rota, usado como cuartel general, mientras el duque de
Ormond tomaba alojamiento en la casa del almirante D. Bartolomé Gutierrez,
quedando el ejército acampado fuera de la villa. Habían cogido prisionero a
Francisco de Medina, uno de los dos guardas de a caballo que observaban ocultos
a los enemigos, y que fue finalmente quien sirvió de correo para llevar la
carta de rendición al gobernador de Rota.
El
16 de septiembre, se deja una guarnición de 500 hombres en el campamento de
Rota, y el ejército aliado se dirige hacia el Puerto de Santa María, donde los
enemigos incendian casas y almacenes en Puerto Real, El Puerto de Santa María y
Rota, antes de desmantelar, incendiar y volar la torre del castillo de Santa
Catalina el día 22. Mientras, Villadarias ataca a las tropas mediante acoso de
guerrillas, en su retirada, causando algunas bajas, hasta que viéndose
incapaces de lograr su objetivo, la flota aliada abandona la bahía de Cádiz el
día 30 de ese mes. Los enemigos bajaban por el Guadalete con esquifes cargados,
acarreando todo el botín que habían logrado encontrar en la ciudad y las
iglesias, caudales, muebles, objetos litúrgicos, pipas de vino, alimentos y
cargamentos guardados en espera de la Flota de Indias, para embarcar hacia
América. Al mismo tiempo, en su estancia, habían destruido todos los archivos
tanto eclesiásticos como municipales, quemando infinidad de documentos
valiosos, que regían la vida del comercio y las leyes en El Puerto. Mucha de la
información que no ha llegado hasta nosotros hoy, posiblemente se hallase entre
aquellos papeles. Aunque se han dado diversas valoraciones a las pérdidas
sufridas en la zona, se calcula que en El Puerto éstas pudieron alcanzar cerca
de 12 millones de ducados.
En
el estudio llevado a cabo hasta ahora, se considera que la caída de Santa
Catalina se debió principalmente, al hecho de haber sido atacado por tierra y
por mar al mismo tiempo, lo cual evitó que sus exiguas fuerzas fueran capaces
de defenderse, no habiendo podido levantar eficazmente los fosos y parapetos
que les defendiesen del incesante cañoneo al que fue sometido el castillo.
Cuando
finalmente se rindió, se desmontaron sus piezas de artillería, de bronce de 12
libras, que fueron confiscadas, se quemaron sus cureñas en el patio de armas, y
la guarnición quedó prisionera en el interior. La fuerza de ocupación aliada se
alojó en la fortaleza hasta que se dió la orden de embarque, después de volar
su torre con pólvora, destruyéndola.
El final del asalto.
Finalmente,
ante el fracaso de la expedición, y la misión proyectada para la guerra, las
tropas invasoras no tienen otra opción que retirarse del combate, pero algo va
a precipitar sus planes.
Una
importante noticia llega a oídos del almirante Rooke. La Flota de las Indias,
ha entrado en Vigo ante la imposibilidad de dirigirse a Cádiz. El magnífico
botín ansiado por los invasores, está por fin en casa, y solo tienen que lanzar
su flota de guerra tras su presa, para lograr tomarlo.
Las
noticias comienzan a confirmarse. Se da la orden de leva, no sin antes atacar
por última vez el castillo de Santa Catalina con todas las fuerzas navales y
terrestres, que finalmente acaba capitulando el día 2 de septiembre, aún a
pesar de la prohibición del gobernador. El Capitán General Villadarias, se ha
retirado a su hacienda de Buena Vista, situada a una legua del Puerto de Santa
María, en el camino de Jerez.
La
llegada de la Flota de Indias, con sus bodegas repletas de tesoros de oro y
plata, anima a la Armada aliada a cambiar sus expectativas, y abandonan la
bahía de Cádiz para dirigirse al norte de la península, protagonizando otro episodio
más de nuestra Historia, en la ría de Vigo, donde tendrá lugar una encarnizada
batalla por apoderarse de tan valiosos cargamentos.
El
resultado de lo acontecido, después de siglos, es objeto de importantes debates
históricos. La realidad que arrastraba la indefensión de nuestras costas
durante mucho tiempo, la falta de un ejército suficiente y entrenado para la
guerra, y la falta de unas negociaciones políticas adecuadas, pudieron ser las
principales causas de un capítulo que ha dejado una profunda huella en las
páginas de nuestra Historia.
Ávila,
31 de julio de 2015.
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