viernes, 8 de agosto de 2014

LA INCREIBLE LEYENDA DE LA BUZZE


          Hace años, llegó hasta mis manos un interesante libro sobre investigación submarina que llevaba por título “Fondo”, una de esas obras que secuestran los sentidos y te dejan un buen recuerdo. Publicado en 1978 por el científico Eduardo Admetlla, que entre otras cosas, hacía buenos programas de televisión, documentales y demás, al estilo de Jacques Cousteau en versión española, se convirtió en un libro muy especial.

            Entre los capítulos que componen la obra, aparece uno que habla de una antigua historia perdida en las brumas de los tiempos, y que relata la leyenda de la búsqueda de un tesoro, el tesoro de un pirata francés, cuyo rastro parece que sigue vivo. Las historias de piratas y oro enterrado siempre suscitan cierta ironía, pues se suele decir que todas son iguales, o que unas han sido adaptadas a otras, de manera que al final no se sabe a ciencia cierta qué es verdad, y qué es inventado.

            Sin embargo, la historia de este filibustero es distinta. Resulta que es una de las pocas que está bien documentada, confirmada y guiada de la propia mano de su protagonista, que por alguna razón desconocida, deseó darnos la oportunidad de encontrarlo, de conocer sus secretos, al precio de ser capaces de entender su historia, sus motivaciones, su mundo y su época, al precio de lograr descifrar sus pasos, aunque para ello se impone casi pensar y sentir como sentían aquellos hombres en aquel lugar y momento.

            Os invito a todos a sumergirnos en una aventura realmente fascinante….

            Año 1730. Un hombre sube al patíbulo para ser ahorcado. Se trata del pirata francés Olivier La Vasseur, alias La Buzze (la lechuza o el buitre), un marino de noble cuna que había nacido en Calais, en 1680, la leyenda dice que era hijo de François Levasseur, antiguo pirata que se convirtió en gobernador de la isla Tortuga, y que pasó su infancia con su niñera porque su madre murió al dar a luz, aunque a raíz de las investigaciones, se sabe que François Levasseur murió en 1652, por lo que los datos no son muy fiables del todo, ya que, teniendo en cuenta que Olivier fue ahorcado en 1730, esto haría que fuera condenado con 78 años, algo que resulta del todo irreal. Según la obra
de Alexander Olivier Exquemelín, el Levasseur localizado alrededor de 1620, no tuvo descendencia, por lo cual se deduce que nuestro hombre pudo descender de alguna de las ramas francesas relacionadas con éste. Otras versiones aportadas por Charles Ronciére, encargado de la Biblioteca Nacional, autor del libro “El pirata misterioso”, afirman que el padre de Olivier pudo haber sido un tal Paul Levasseur, capitán pirata que en la década de 1666, pudo haber llevado ingleses a las costas de Calais, pero la información sobre su identidad es prácticamente inexistente.
 
            Lo cierto es que su padre lo enseñó el arte de navegar, trasmitiéndole como un legado las ideas de que dominar los mares era convertirse en dueño y señor del mundo, al mismo tiempo que aprendió que la fortuna estaba en el mar, en las flotas españolas, portuguesas e inglesas que atravesaban las rutas del comercio indiano. Recordemos que desde 1680, las nacientes potencias mundiales no protegían ya la piratería como en los tiempos pasados, especialmente porque la mentalidad de los nuevos filibusteros no distinguían sus propias banderas de las del resto de los países, amigos o enemigos, y entre ellos se hallaba nuestro amigo Olivier.

  Olivier Levasseur había navegado junto a su padre en el navío Reina de las Indias, donde se convirtió en un veterano marino, pero caído su ascendiente en desgracia, fue desterrado y la nave que mandaba permaneció mucho tiempo anclada en los muelles sin navegar, algo que incomodó a Olivier, que era un aventurero. Su padre le aconsejó alejarse del Caribe, porque operaban en aquellas aguas demasiados filibusteros, no era una zona segura ni fiable, había demasiada competencia disputándose los barcos que transportaban las riquezas del continente americano. Mientras navegó con su padre, Olivier formó parte de los restos desaparecidos de Los Hermanos de la Costa, que habían estado operando en las Antillas con base en Providence, en las Bahamas. Sabemos por documentos originales, que Levasseur había estado navegando por las costas africanas, sin mucho éxito para hallar presas buenas, por lo que desembarcan en el continente para aprovisionarse de agua y suministros, y se dirigen hacia el Indico. Levasseur entonces comienza a dar muestra de gran astucia, valor y brillantez en sus acciones entre los piratas.
 
Una de sus acciones fue el abordaje de la nave Duquesa de Noailles, que se hallaba sin movimiento en un mar calmo por falta de viento, circunstancia que aprovechó Levasseur para acercarse, y tomar la nave, supuestamente con el ataque realizado en botes. Los primeros rastros documentados sobre él nos llegan de sus operaciones en Sierra Leona, donde se dedicaba a cazar esclavos, al mando de un barco de 26 cañones y 200 hombres perteneciente a la flota del capitán Davis y el capitán Taylor. 
 
Hacia 1710 el comercio en el Caribe había ido decayendo algo, y la piratería allí ya no era tan efectiva; su padre le habló sin embargo de las formidables fortunas que cruzaban las rutas de la India, en los mares orientales, por donde circulaba el comercio de las especias y materiales preciosos como las joyas de los jeques árabes, atravesando el cabo de Buena Esperanza. Por ello, La Buzze se dedica a abordar a los navíos que hacían la ruta de regreso de oriente, encontrando mejores botines que los cobrados. Pero en una tormenta, pierden la Reina de las Indias, y el capitán Taylor invita a Oliver a comandar uno de sus barcos, debido a que se había quedado sin capitán. Levasseur acepta a cambio de quedarse entre ellos y participar de sus correrías, porque Olivier no formaba parte de los hombres de Taylor, de modo que se dirigen a la isla de Francia (Mauricio), y más tarde a la isla de Bourbón (Reunión).
 

A la muerte de su padre, nuestro protagonista decidió embarcar de nuevo en el Reina de las Indias, donde navegaría como segundo capitán. Tiempo después, consigue armar ésta nave de nuevo, y reuniendo un grupo de hombres formada con antiguos miembros de su tripulación y amigos, se hace a la mar rumbo al océano Indico, entre los que se encontraba el capitán Moody. Se sabe que las zonas en las que operó seguían tres posibles rutas al nordeste. Uno de los caminos se hallaba en el canal de Mozambique, entre las Mascareñas y Zanzíbar, otro pasaba entre Madagascar y  la isla de Borbón, hacia el archipiélago de las islas de Malabar. El último pasa al sur de la isla de Borbón, en dirección a Sumatra, atravesando el estrecho de Malaca. Años antes, hacia 1716, Olivier La Vasseur había conseguido del gobierno francés una patente de corso con el que asaltar barcos para su rey, compartiendo con éste una parte del botín, tal como era la costumbre entre los corsarios que navegaban para su país, pero el éxito de sus empresas lo había llevado a ambicionar aún más, a convertirse hacia 1719 en caudillo de piratas, con talento, respeto y conocimientos que su gobernante ignoraba por completo, lo que le ayudó a confiar en su astucia demasiado, pensando que jamás lo iban a capturar. Tenía fama de altanero, valiente y culto, ya que su origen de noble cuna lo diferenciaba del resto de los piratas de baja estopa que solían navegar por todos los mares. Había llevado una vida intensa, llena de viajes, aventuras y riesgos, pero la había aceptado sopesando lo que se jugaba si fracasaba en sus ambiciones.

 

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