sábado, 7 de mayo de 2011

EL PERFIL DE UN ASESINO.

         La historia de la delincuencia siempre ha sido un mundo aparte. Las motivaciones, las razones y las convicciones, tanto psicológicas como idealistas para cometer todo tipo de actos en este mundo, no tienen ni límite ni parangón de ninguna clase, a pesar de que se podrían debatir hasta el fin del mundo, sin llegar a concluir jamás en una explicación convincente.

            Los expertos siempre han alegado que la pobreza de los pueblos, la ignorancia y las necesidades más cruciales, son el caldo de cultivo de todo tipo de delincuencia, canalizado a través de la impotencia humana para salvar situaciones difíciles o imposiciones de supervivencia que no dejan opción para otros pasos. Dependiendo del país, el momento o las circunstancias, esa delincuencia puede llegar a destacar en un determinado lugar, o ser solamente el reflejo de una realidad repetitiva a lo largo de la historia de los hombres, con mayores o menores repercusiones, o con matices más o menos personalizados.

            En la antigüedad, podemos encontrar ciertos casos de delincuencia que tienen explicación mediante el estudio de una época en la que no existían otras maneras de sobrevivir, o en la que era el único modo de encontrar un papel propio en el mundo en que se vivía, tal como la vida de los piratas, los mercenarios, los bandoleros, etc, pero hoy en día, la delincuencia tiene aspectos más variados, más sofisticados y mucho menos excusables, y desde luego, la peor cara de la delincuencia actual, es lo más alejado de aquellos bandidos románticos que nos podamos imaginar.

            Los políticos de la mayoría de los gobiernos del planeta, intentan siempre mostrar un ambiente equilibrado en sus mandatos, que lleven a pensar que el trabajo se está haciendo y que se está haciendo bien, para que sus cargos no se vean cuestionados en el asunto de la justicia y la paz social, pero esto siempre es un tema cubierto por un velo de dudas, y el verdadero problema comienza cuando ese velo se descorre, y aparece al otro lado la cara más tenebrosa del ser humano.

            A lo largo de las últimas décadas, sin embargo, hemos estado asistiendo a un giro evolutivo de la delincuencia, que utiliza las mejores tecnologías y los mejores recursos modernos para llevar a cabo delitos que antes estaban vedados a la mayoría de los delincuentes, y que hoy puede protagonizar cualquier pringao de cualquier barrio común, puesto que la era actual pone a disposición de todo el mundo un repertorio impresionante de herramientas de todo tipo, tanto materiales como legales para que todo el mundo haga lo que le da la gana sin ninguna clase de limitación.

            La supresión de las fronteras, la corrupción política a nivel mundial y la polémica sobre los derechos humanos, han terminado de preparar la huerta perfecta para una delincuencia que tiene todas las pintas de catastrófica, y que siembra el caos allá por donde pasea de un modo espeluznante, y como todo el mundo bien sabe, va en aumento, superando sus limitaciones y dividiendo sus dificultades, pero aún así, siguen existiendo personas honradas, trabajadoras y que continúan creyendo en la justicia y en el equilibrio social, esperando pacientemente que todo vaya bien, que las personas que les rodean les respeten, a ellos, a sus familias y a sus patrimonios, y acudiendo al trabajo diariamente, como héroes que aguantan dentro de un templo que se derrumba sobre sus cabezas, renunciando a mayores placeres y comodidades, por creer en una vida más sana y más tradicional.

            Sin embargo, los tiempos están cambiando. Cada día es más difícil aguantar el tirón y seguir adelante sin mirar alrededor y preguntarse si estamos haciendo bien, o debemos dar un paso más y sumarnos a la guerra que se desarrolla en este mundo perdido, corrupto y sin solución de ningún tipo. Cada día caen héroes que se rinden a las evidencias de una vida agotada y sin más energías para continuar con la farsa del ambiente en que viven, teniendo como excusa que son víctimas y que ya no conceden más cuartel a quien pretende destrozar sus vidas. Y entonces se confunden los conceptos, y los ciudadanos tranquilos pierden la compostura, y piensan en equilibrar la balanza de una sociedad que no les ha respetado, que no les ha tenido en cuenta, que no les ha preguntado a la hora de elegir carnaza para la pira del sacrificio, y deciden convertirse en jueces, cambiando el papel de condenados por el de verdugos.

            Arrojados al lodo de la degradación por dirigentes totalmente podridos, cuyos propósitos son hacer grandes negocios a costa de un pueblo esclavizado, los ciudadanos normales son estafados tanto en dinero como en derechos, y observan cómo se ríen de ellos cada hora los representantes de una justicia que jamás ha existido, mientras los auténticos delincuentes, a veces con cientos de antecedentes penales campan a sus anchas marcando su territorio, y permitiéndose recordar que además tienen muchos derechos y muy pocas obligaciones. Habitualmente cuentan con el apoyo y la ayuda de aquellos que se supone que deben meterles en la cárcel, y si el ciudadano protesta, se convierte en objetivo del delincuente, cuando no es víctima impotente de esa misma justicia, que antepone los votos electorales del delincuente, a los derechos de su víctima.

            En este proceso tan común, las personas corrientes son las que pierden siempre, porque tienen algo que perder, y los asesinos nunca pierden nada, porque nunca han tenido ni vida, ni fe, ni esperanza, ni patrimonio, ni familia que defender, y todo lo que está por encima de ello es una recompensa que a veces le viene como un trofeo con flores y aplausos, sobretodo del resto de la chusma entre la que se regodea a diario, que le felicitará como a un héroe tras otra batalla ganada.

            Es en éste momento cuando nos planteamos contestarnos a la cuestión del concepto que tiene un delincuente o un asesino, y francamente, si se debate en profundidad el tema, comienzan a surgir detalles que eternizan la lógica hasta extremos alucinantes. En principio, habríamos de decidir si ser calificado de delincuente o de asesino está más o menos justificado, y entramos en una espiral donde aparecen las anteriormente citadas motivaciones y los razonamientos, con lo cual se complica la cosa.

            Es obvio que cometer delitos para enriquecerse sin trabajar, o hacer fortuna de manera mafiosa, independientemente del modus, objetivo o herramientas utilizadas, es el auténtico delito condenable, pero... ¿realmente todos los delitos que se cometen nacieron de la frialdad de delinquir sin más?, ¿podemos hablar de delincuentes forzados?, ¿existe una línea que se puede traspasar?

            En España hemos estado asistiendo desde los años 90 aproximadamente a la gran invasión extranjera de todos los países del planeta en general, sin poner pegas y con una demostración de paciencia que ha hecho que nuestro país sea admirado por la tolerancia tan extraordinaria de su pueblo. Pero el siglo XXI ha ido trayendo consigo un giro demasiado rápido de las consecuencias que la pobreza y la corrupción de muchos de esos países ha hecho repercutir en el resto del mundo. Países como México, Colombia o Venezuela, han colocado dictadores en sus gobiernos que representan la peor corrupción jamás ideada en un pueblo que continúa en el siglo XVI sin remedio, con unas normas que rompen todas las reglas permitidas para cualquier civilización que se digne considerar que la tiene. Estos gobiernos, que viven del narcotráfico, el terrorismo organizado y la venta de armas y seres humanos, exportan sus asesinos al otro lado del charco creando células internacionales de delincuencia que les reporta beneficios muy sutiles a diario, y después se reúnen con los mandatarios de países normales de Europa o América como si fuesen  respetables señores dignos de los más insignes elogios.

            En África el calentamiento que el planeta lleva sufriendo varios milenios, y la rapiña de los países europeos a partir del siglo XIX, secó el continente de una manera como no habían llegado nunca a calcular aquellos nativos en taparrabos que corrían de un lado a otro por la sabana o la selva, y cuando se enteraron de la extraordinaria riqueza que poseían en su tierra, demasiado tarde, se dieron cuenta de que era la hora de dar el revés, y decidieron venir a recuperar los intereses a Europa. Ahora, un continente superpoblado, mentalizado de otro modo y totalmente dispuesto a todo, pretende instalarse en otro continente que no entiende sus necesidades y sus prioridades, y desde luego, mucho menos sus reivindicaciones históricas, o de hambre y enfermedades.

            Del mismo modo, en oriente, la tierra de los cruzados, sobra comentar lo que está teniendo lugar cada segundo, una tierra donde nunca ha existido ni dueño ni dios, que vive en el siglo XI todavía, y donde cualquier concepto que se aplique se queda corto por muy insultante que pretenda ser, pero que engorda a costa de los países civilizados poniéndose la máscara de la pobreza, y ocultando la cara del asesino más despiadado, donde destaca entre todos Argelia en el norte, o Somalia en el sur africano, y todo esto mientras sus jeques mantienen a 3000 concubinas simplemente para mirarlas, pero que en lo único que se gastan los petrodólares, es en armas, vehículos blindados de alta gama y grandes yates de lujo.

          Mucho más al norte del continente europeo, gozamos de los servicios rusos, y en el este, de Rumania, para configurar una mafia asesina, tremenda y sin limitación de ninguna clase, a quienes les atrae la riqueza y el asesinato con torturas de un modo morboso hasta la saciedad, no tienen limitación moral de ningún tipo, ni poseen protocolos educacionales que les identifiquen dentro de ninguna clase social mínimamente aceptable, aunque disfrutan ampliamente de todos los beneficios que las sociedades trabajadoras más abnegadas han ido almacenando para darles la bienvenida en sus descaradas incursiones internacionales, donde tienen ayudas económicas, Seguridad Social, casas y comida como compensación por sus crímenes sin control.

            Pero hay que tener en cuenta que lo que para unos es algo propio de filmes de terror, con capítulos horrorosos de sangre y muerte, para otros es algo tan común como beber agua o peinarse cada mañana, aunque eso sí, que a nadie se le ocurra criticarles, porque serán acusados de racistas de inmediato, de intolerantes o de nazis, y todavía encontramos grupos que les idolatran plenamente, y reclaman que se les haga un hueco en la sociedad.

            Y de este modo hemos dejado atrás el momento que nos presentaba con un rol de pueblo pacífico, amigable y alegre, a ser víctimas silenciadas de un convenio entre gobernantes sin escrúpulos y criminales sin principios que suman muchos votos electorales, cuando son nacionalizados, o sin necesidad de serlo. Hemos estado observando, impotentes, cómo nuestros hogares son arrasados, nuestras hijas y esposas, violadas y asesinadas, nuestros ancianos torturados y masacrados, nuestras leyes infringidas y pisoteadas, nuestra bandera burlada, escupida y despreciada y nuestra identidad confundida, ridiculizada y utilizada....y entonces, hemos comenzado a pensar que somos nosotros los equivocados. Hemos comenzado a reflexionar, y a decidir que somos nosotros los que debemos actuar, mover ficha, y cuando ya no hemos podido aguantar más, hemos comenzado a imaginar que quizá deberíamos medirnos con ellos y tomar nota de lo que estamos viendo. De pronto, muchos de nosotros, hemos comenzado a tomar la decisión de sumarnos a la nueva generación, mezclada de ciudadanos y asesinos, que son considerados con igual valoración.

          Ya no hay rusos, rumanos, somalíes, islamistas, colombianos, mexicanos, dominicanos, chinos....ya solo hay seres, no importa el origen ni la procedencia, no importa quién son ni cómo se llaman, solo importa que cualquier ser es un enemigo, y hay que sobrevivir al precio que sea, hay que luchar, hay que defender lo que es nuestro y a nuestra familia, por encima de todo, y entonces, damos el paso.

            A partir de ese instante crucial, aparece una fina línea que nos recuerda que por el hecho de existir, puede ser traspasada, puede ser rebasada con las consecuencias que traiga ese acto. Ser mejor o peor persona no nos va a ayudar a ganar dinero, ni nos va a reportar medallas ni homenajes de ninguna clase, porque a los buenos se les olvida, y a los que a veces no se olvida nunca, es a los malos. Entonces nos preguntamos ¿seré más respetado si soy un asesino aunque forme parte de los malos?, es obvio que el miedo produce respeto, y si, como hemos dejado claro, no existirá ninguna compensación por ser bueno toda nuestra vida, ¿qué es lo que me detendrá a la hora de elegir?

            Es complicado establecer dónde comienza el criminal y dónde acaba el superviviente o el auto defensor, pero es sencillo comprender que, una gran parte de los delitos que se han cometido y que se cometen, en aras de una situación límite, no se habrían cometido nunca si esta sociedad en la que vivimos fuera más normal, más culta, más sociable, y gozase de una justicia digna que nunca ha conocido, mucho menos en el momento actual. Los balances estadísticos nos muestran claramente que estamos adoptando un nuevo modo de ver y entender esa nefasta y falsa justicia que nos arropa, y se comienzan a multiplicar los sucesos que llevan a fabricar una justicia propia, para equilibrar ofensas y daños recibidos. Cada vez es más difícil contener el odio y los deseos de venganza que nacen y crecen en el corazón de las personas, porque éstas se sienten solas, y sienten que es el único camino para ser escuchados y comprendidos.

            ¿Qué ocurriría si mañana fuésemos víctimas de un robo? ¿y si alguien viola, secuestra, asesina o tortura a nuestros seres queridos?, ¿qué puedo esperar cuando me impongan sanciones, condenas o restricciones totalmente injustos?, la respuesta es sencilla: nada, no ocurriría nada. Seremos simples víctimas de lo que el mundo quiera hacer con nosotros, en cualquier lugar y momento, y no pasará nada a nadie, porque ningún poder ni tribunal compensará los daños y los delitos de los que seamos víctimas, sea cual sea ese delito o la equivocación de la condena. Y es que en el momento actual, las personas solamente se rigen por el símbolo de la fortuna, al igual que hacían hasta hace algunas décadas los países más corruptos del planeta, donde se vivía atrapado dentro de un entorno mafioso, que aglomeraba todas las decisiones y normas legales cosechadas a su antojo. España, en el momento actual que estamos viviendo, se puede ver reflejada al menos en un 80% en el espejo de México, donde la vida es ya literalmente imposible.

Pero lo más interesante aún no ha sido dicho. La mente evoluciona y comienza a aceptar otras iniciativas que jamás se habían pasado por la cabeza de personas normales, con vidas normales y cotidianas, donde nunca ocurría nada fuera de lo habitual. Pero un día nos toca la lotería y pasamos a formar parte del alimento de esa delincuencia, y nos quedamos a veces un poco asustados cuando descubrimos que esa delincuencia, no es llevada a cabo tan solo por sicarios, o traficantes de droga, o mercenarios sin patria. Un día descubrimos que la auténtica delincuencia básicamente está protagonizada por jueces, banqueros, políticos, empresarios o cargos importantes de instituciones sociales, donde se utiliza la influencia y las ventajas que conlleva vivir en nuestro país, para obtener los mejores beneficios de esta época gloriosa, donde nada se condena, y donde todo se compra y se vende, especialmente las personas.

Amparados por el poder que ejercen desde sus despachos, mueven los hilos para jugar con  personas y profesiones, como si fueran piezas de un ajedrez enorme, haciendo negocios como el que se encuentra detrás del mostrador de una tienda, con descaro y con decisión, a oferta y demanda, mientras les importa un bledo los derechos de las personas, sus necesidades o sus problemas, olvidando que la situación de todos ellos, en el fondo, es lo que mantiene sus infladas nóminas, o sus beneficios netos a final de año. Pero entonces se suele caer en el error de olvidar que el hombre más peligroso de este mundo es aquel que no tiene nada que perder, y en ocasiones se rebasa la línea con demasiada prepotencia, y con demasiada desfachatez, haciendo que el equilibrio se rompa, y que alguien, en algún lugar, quede tan desamparado por nuestra asquerosa corrupción, que de pronto, tampoco tiene nada que perder, salvo la vida, y emplea la poca que le queda en acabar con la nuestra de dos tiros...., haciendo que todo negocio, ventaja o desprecio por la vida ajena no haya servido de nada.

Cuando esto ocurre, ese hombre o mujer habrán pasado a engrosar las listas de los asesinos, aunque es posible que ya no le importe, porque la sociedad ha obtenido de él lo que andaba tanto tiempo buscando, su lado oscuro, y al fin lo encontró. Quizá el precio de unos cartuchos en un arma, o del filo de un cuchillo, sean un pago demasiado barato para poner en orden en cinco segundos, lo que años y años de juicios, recursos, abogados, disgustos, decepciones, dolor, odio, noches sin dormir y desesperación no lograron a lo largo de mucho tiempo. Quizá hemos de convertirnos en asesinos para poder decir un día, que al menos se hizo justicia en éste país una vez más, aunque tiempo después corramos el riesgo del arrepentimiento, y no volvamos nunca a recobrar el descanso ni la paz espiritual.

Desde nuestros indolentes corazones, ese cercano o lejano día, recordaremos entonces cuando en otro tiempo fuimos personas normales, y nos preguntaremos qué nos hizo cambiar, qué nos colocó tan al borde del abismo que fuimos capaces de cometer los actos más deleznables de este mundo, y es posible que si la mente no nos falla del todo, seamos capaces de reconstruir esos últimos momentos de vida normal y honrada, para saber que quizá, en el fondo, no somos tan culpables de nuestros crímenes, que quizá no ostentamos el perfil del asesino corriente, o del mafioso común de toda la vida, a pesar de haber cometido un delito semejante.

A veces, en muchos rincones de éste mundo, surgen dudas sobre el auténtico perfil del asesino, y en esas ocasiones, corremos el riesgo de confundirlo con el perfil de un combatiente, de un guerrero, que lucha y mata por su vida en exclusiva, que trata de ser un náufrago en un mundo que se hunde, y que se lleva por delante todo aquello que es capaz de tragar en su loca acometida. En el último instante, trataremos de soportar la embestida, sacaremos las armas al alcance, y defenderemos a sangre y fuego aquello por lo que hemos vivido y trabajado toda una vida entera, aceptando destinos insufribles o condenas desproporcionadas, ruinas estrepitosas o ganas de llorar incontenibles, fuera de lugar y de lógica, pero que sabemos que llegarán.

Es posible que en los términos de esta apuesta caprichosa, nuestra esperanza resida en continuar echando un pulso al destino, para mantener su mirada lejos de nuestro ser, ocupada en probar nuestra fuerza y nuestro ímpetu, evitando ser elegido para pasar al otro lado, por las razones que sean. Trataremos de mezclarnos con las sombras, y no ser evidenciados por la chusma subversiva que siempre busca almas con que engordar sus filas, amparándonos en los amigos, en los aliados, en las personas que nos quieren bien, para seguir gozando de la virtud de tener algo que perder en caso de traspasar la línea peligrosa, haciendo que la elección nos obligue a pensar si es mejor ser un asesino legal, converso y perdido o un mortal inocente, libre y satisfecho.  
                                                                                
                                                                                                         Martes, 11 de enero de 2011

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