lunes, 10 de junio de 2013

SECRETOS DE LA HISTORIA: La traición francesa en 1680


             Una vez concluidas las guerras en Sicilia contra Francia, y firmada la paz de Nimega, por la que España perdía −como siempre ha ocurrido a nuestro país en las negociaciones políticas y de guerra en los últimos 300 años−, importantes posesiones a favor del país galo, entramos en un período de supuesta paz, que debía acercar a ambos países a respetar tanto las posesiones mutuas como sus barcos, pero la realidad nunca fue así, ya que los convenios arreglados en gabinetes suelen ser distintos de los que se llevan a cabo sobre los espacios naturales, máxime cuando éstos se hallan muy lejos de las metrópolis.

            En 1680 el almirante conde D’Estrées, fue nombrado mariscal de Francia, y sintiendo nostalgia de sus pasadas gestas, convence al rey Luis XIV, a través de su ministro Colbert, de la conveniencia de frenar el extraordinario comercio que se canalizaba a través de Cádiz, materializado en la Flota de Nueva España, que hace la ruta del aún conocido como Mar del Norte, futuro Océano Atlántico, hasta el puerto de Sanlúcar de Barrameda en unión de la Flota de Tierra Firme, cuando lo atraviesan cada año. También era bien conocida la ruta del galeón de Manila en el mar del Sur, más tarde el Océano Pacífico, cuyos transportes de especiales y productos exóticos de alta calidad suponían lo más preciado de las colonias del oriente español.


            Para ello, D’Estrées prepara en 1680 una expedición a las Indias, compuesta de cinco navíos de guerra, excusada con el hipotético estudio de la geografía continental de América, que enriquecería las cartas, aunque en secreto trata de estudiar la vulnerabilidad de las fortificaciones españolas, para atacarlas más tarde de manera ventajosa, por orden del rey francés, que nunca estuvo dispuesto a respetar el pacto con España.

            D’Estrées, al mando de la flota francesa, desembarca con permiso de sus gobernadores en algunas islas y puertos de las Antillas menores, mientras sus oficiales estudian los puntos débiles de la costa y las entradas más convenientes, en calas y ensenadas, frecuentemente informado por antiguos y modernos filibusteros de su nación, que llevan décadas asolando las posesiones españolas, y conocen bien el Caribe, sus defensas y su capacidad de combate, así como sus barcos. El almirante se mueve en los puertos españoles amparado por la supuesta paz que lo representa, sin embargo, el recuerdo que los ciudadanos guardan de los filibusteros, aún subyace en algunos lugares, en los que no se ha olvidado el ataque a Campeche, Veracruz, Portobello, Maracaibo o La Habana, ni tampoco las atrocidades y desmanes de los piratas, tanto ingleses como franceses, por lo cual, cuando el marino intenta acercarse a las costas españolas de la isla de Trinidad, es atacado por tropas milicianas que le causan muchas bajas en sus tripulaciones, usando un tipo de piraguas de guerra, construida al efecto en los puertos coloniales.


            Aún así, Monsieur D’Estrées continúa trabajando con los informes recibidos de los filibusteros prisioneros que se hallan en La Española, y que son reclamados por éste, para que se les ponga en libertad, como intercambio diplomático, los cuales le trasmiten al oficial una rica y detallada lista de fuertes, guarniciones y capacidad de defensa de los españoles, que además no ha sido mejorada en relación con las amenazas que se ciernen sobre las ciudades. Entre ellos encontramos a un tal Champagne, y que había estado preso por orden de la Inquisición, y que es liberado para cumplir con los eminentes deseos de paz con Francia.

            Mientras todo esto sucede, la flota francesa recorre las Antillas buscando a la Flota de Nueva España para atacarla y destruirla, después de apoderarse de los cargamentos de plata y oro que llevan en sus bodegas, con tan poca fortuna que, en una de las ocasiones, después de cruzar el extremo sur del Cabo de Hornos, la flota entra en Veracruz y se reguarda al amparo de sus baterías de mar, sin que sea posible cortar su ruta e interceptarla.   En otra de las ocasiones, la flota se halla en México, y cuando el almirante francés necesita hacer aguada en La Española, su gobernador, alertado por sospechas de alguna treta con malas intenciones, se lo impide, obligándole a continuar con bastantes malas condiciones de sed y falta de víveres.

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