La vida y el entorno en el
s. XVII
Las casas palacio de los cargadores
eran auténticos emporios de riqueza y ostentación, pues ciertamente, diseñados
al estilo renacentista por arquitectos franceses e italianos, representaban el
nivel y opulencia de sus propietarios, y de este modo se hacían admirar y
respetar dentro de sus propios círculos políticos y comerciales.
Solían mostrar en la parte alta de
sus entradas sus escudos de armas, blasonados en piedra y rodeados de
esculturas exquisitas y adornos tallados. En estas casas señoriales había un
pozo en los patios, lo cual era un lujo, teniendo en cuenta que normalmente
había que ir al río o a las fuentes a buscar agua. En el s. XVII se usaban los
pozos nevera para refrescar bebidas, usando nieve que se traía de la sierra.
Los vinos afamados eran los
andaluces de Guadalcanal y Cazalla de la Sierra o Madrigal, Alaejos y Coca.
Todas las clases sociales consumían vino, desde los más humildes a los más
ricos. Se almacenaban en pellejos, que hacían que éste tuviese un sabor a pez,
o en barreños y tinajas de barro, lo cual ayudaba a avinagrarse rápidamente,
aunque en el reino de Aragón en cambio, era uno de los escasos lugares donde se
usaban los barriles con duelas para almacenarlo. El vino mezclado con miel
(hidromiel) era una bebida típicamente nórdica, que además fue trasmitida a
Europa desde el s. VIII, y se le añadían especias para mejorar su calidad y
sabor. El hipocrás o la garnacha llevaba 3 tipos de uva, azúcar, miel y canela.
Las clases nobles tomaban chocolate
con dulces de hojaldre, pestiños o buñuelos, pero las clases humildes vivían de
la limosna o las sopas de conventos, se les llamaba sopistas o brodistas por
este hecho. El lugar para comer, común a todos los hogares era la olla, por lo
que lo único que distinguía a las personas era lo que había dentro de ella.
Normalmente, para comer se preparaba
una mesa compuesta por tablas sobre caballetes, que se llevaba al lugar común o
se sacaba de la cocina, porque los comedores solo existían en las casas nobles.
El anfitrión o cabeza de familia, se sentaba siempre en la cabecera de la mesa
presidiendo a los demás. La vajilla era de barro o loza, la plata era solamente
para los nobles. Había jarras o morteros en las alacenas, y se lavaban frotando
con hojas o con arena en agua, a la que se añadía vinagre para limpiar bien. En
las casas nobles primero solía probar la comida el maestresala, antes de
pasarla a los señores, evitando así que si estaba envenenada, éstos cayeran
víctimas de una conspiración.
Cuando acababan de comer, los nobles
se lavan las manos con un aguamanil, con
toallas y jabón, según la costumbre de la época. El mejor jabón de entonces era
el fabricado en Nápoles. Se usaba el cuchillo o las manos, pero el tenedor no
existió hasta el s. XVIII, inventado al parecer por artífices italianos en el
siglo XI. Entre las gentes de clase alta no debían de chuparse los dedos,
debiendo lavarse al terminar un plato. Las damas solían usar guantes en la mesa
para comer. Todas las vajillas se guardaban en alacenas incrustadas en los
muros, que habitualmente estaban cubiertas con cortinillas, o en armarios de
madera.
Entre las clases populares se
consumía pan untado en aceite o vino, la sopa engordaba con este pan llamado
gallofa. Las clases altas lo tomaban blanco, y los pobres lo tomaban moreno,
pues había una diferencia entre el pan de trigo y el de centeno. Otro alimento
era la mazamorra, un compuesto de harina de maíz, azúcar y miel, con el que se
formaba un bizcocho duro y seco, que comían los pobres y los galeotes de las
naves, que duraban muchos días sin corromperse, de poco sabor y pocas calorías.
Un pan blanco muy alabado era el rubión o el trechel. Con una blanca, que era
medio maravedí, se podían comprar sardinas saladas. Las clases menos pudientes
comían poca carne, salvo en las grandes fiestas, bodas o celebraciones
especiales. Las más consumidas eran las aves, pollo, gallina y todo tipo de
caza que los nobles solían comer a diario. También cabrito, liebres y queso
bien curado, así como cerdo, mollejas, menudos, tripas, acompañados de salsas
fuertes o especias. Los huevos eran un producto caro y estaban muy cotizados.
La capirotada era un plato de lujo (ajos, aceite, hierbas, todo mezclado con
una docena de huevos batidos, que se vertía sobre la carne cubriendo con
capirote).
En España se podía comer un plato
consistente en despojos, tocino magro y gordo, pescuezo, cara y cola, asadura,
corazón, pulmón y menudillos. Todo esto se podía tomar el sábado como día de
semivigilia, lo mismo que los huevos, los cuales eran de abstinencia para los
católicos, excepto en España debido a la Bula de la Santa Cruzada, que permitía
a los españoles tomar huevos, leche y queso en Cuaresma. El bacalao era comida
de gente humilde, por lo que los nobles no lo tomaban. Esto era sí porque se
relacionaba este pescado con la gente morisca, de los que se decía que eran
aficionados al pescado barato, como las sardinas. Los labradores comían migas
con tocino, pan con cebolla, ajo o queso, y por la noche preparaban una olla de
berzas o nabos con un poco de cecina.
Las especias eran propias de la
cocina islámica. Usaban azafrán, clavo, jengibre, canela (que era la más
usada), cardamomo, nuez moscada, pimienta y toda clase de plantas aromáticas,
perejil, orégano o tomillo. El ajo era muy usado y también la sal. Pero servían
más para enmascarar la mala carne que para otra cosa, ya que cuando ésta se
encontraba un poco podrida o en mal estado, se comía igual, y de este modo
sabía algo mejor. El olor a ajo y cebolla era un detalle que delataba a las
gentes humildes.
Además de las costumbres culinarias
en este momento histórico, existían otras muy curiosas, tales como los hábitos
en el vestir. Las clases humildes solían vestir en su trabajo con prendas de
cáñamo, que resultaban ciertamente ásperas aunque resistentes, y cuando debían
asistir a algún lugar en sociedad, podían elegir el lino o el algodón como
materiales para sus ropas. Normalmente se vestía una camisa de lino bajo un
chaleco o chaquetilla en conjunto con un jubón de faldón largo o corto, aunque
las mujeres vestían camisola y vestido, con una saya o sayón que casi siempre
era de lino. Tanto unos como otros usaban medias o calzones bajo la ropa. Las
prendas más habituales también era frecuente que estuvieran confeccionadas con
lana, que abrigaba más. En el siglo XVII, entre la gente de
mar estaban de moda las casacas de cuello redondo de lona abotonadas, fuertes y resistentes tanto al desgaste como a la humedad y el frío. Entre los tejidos de mayor calidad figuraban la seda, las muselinas, el chifón, crepe, terciopelo, damascos, brocados y rasos, que formaban parte de los trajes y vestidos de los más ricos, alternando piezas diversas en las que jugaban principalmente los colores negro, azul marino, oro y rojo. Aunque los trajes iban rematados por cuellos de tela fina, las clases altas ostentaban las gorgueras, en forma de lechuguilla con vueltas, coronando uniformes y ropas de gran sobriedad, mientras las mangas estaban acabadas en unos remates llamados festones, que adornaban los bordes de las prendas, y que en los hombres eran ribetes de finas telas o encajes. Solamente la nobleza estaba autorizada a portar armas, que solían llevar sujetas a unos anchos cinturones con brillantes hebillas, que cruzaban la cintura o el pecho.
mar estaban de moda las casacas de cuello redondo de lona abotonadas, fuertes y resistentes tanto al desgaste como a la humedad y el frío. Entre los tejidos de mayor calidad figuraban la seda, las muselinas, el chifón, crepe, terciopelo, damascos, brocados y rasos, que formaban parte de los trajes y vestidos de los más ricos, alternando piezas diversas en las que jugaban principalmente los colores negro, azul marino, oro y rojo. Aunque los trajes iban rematados por cuellos de tela fina, las clases altas ostentaban las gorgueras, en forma de lechuguilla con vueltas, coronando uniformes y ropas de gran sobriedad, mientras las mangas estaban acabadas en unos remates llamados festones, que adornaban los bordes de las prendas, y que en los hombres eran ribetes de finas telas o encajes. Solamente la nobleza estaba autorizada a portar armas, que solían llevar sujetas a unos anchos cinturones con brillantes hebillas, que cruzaban la cintura o el pecho.
Se usaban sombreros castor de ala
ancha, muy extendidos sobre todo entre la gente campesina, o casualmente, a
finales de siglo los sombreros de pico, aunque éstos circulaban más entre
ingleses, holandeses y franceses que entre españoles, y entre éstos últimos,
eran más habituales entre hidalgos y nobles. Los marineros portaban gorros
redondos de lana o capuchas de lona engrasada. De vez en cuando, se observaban
sombreros con cierta copa, adornados por cintas con hebillas.
El calzado entre los hombres consistía
en zapatos bajos para vestir y botas o sandalias en el día a día, unas piezas
que confraternizaban con las botas altas de taco entre los hidalgos además de
las clases altas, además de entre la gente de mar. Las damas de alcurnia
calzaban un tipo de zapatos llamados chapines, que eran de mucho lujo, y les
protegían mayoritariamente del barro de las calles. Entre las mujeres de alto
rango los peinados eran muy importantes, ya que destacaba una moda, que a
finales de siglo se impuso desde Francia, bajo la corte de Luis XIV, y que tuvo
un gran auge en toda Europa. Estos mostraban tirabuzones ensortijados, que se
adornaban con lazos, joyas, velos y mantos de telas costosas. Las doncellas se
hacían grandes tocados con gasa de muselina o sedas finas. También encontramos
los verdugados o los guardainfantes, que eran una especie de saya acampanada,
formada por una estructura de alambre, madera o ballenas que abrían la falda
por debajo, haciéndola amplia, y se acompañaba de corpiños apretados o jubones,
cuya parte alta mostraba grandes escotes atrevidos y provocativos.
Los precios y la economía
de la época.
Las
fortunas de los grandes terratenientes, los nobles, cargadores e hidalgos
marcaban una gran diferencia frente a las gentes humildes, especialmente en los
momentos en que en pleno s. XVII, la crisis económica invadió España, azotando
trágicamente a unos y a otros.
Entre las equivalencias monetarias de los siglos XVI y XVII
encontramos las siguientes:
1
ducado de oro del siglo XVII equivalía a unos 20 euros actuales (3000 pesetas
antiguas).
1
ducado castellano de oro (3,49 gramos) = 375 maravedíes.
1
real de plata (3,43 gramos) = 34 maravedíes = 11 dineros y 4 gramos.
1
escudo de oro = 350 a 510 maravedíes (el escudo de oro sustituyó al ducado en
1537 para volver éste último a circular después)
1
doblón de oro = 1020 maravedíes
1
real de a 8 de plata = 272 maravedíes (escudo de plata)
1
real de a 4 = 136 maravedíes (medio escudo de plata)
1
real de a 2 = 68 maravedíes
1
real sencillo = 34 maravedíes
Medio
real = 17 maravedíes
1
blanca (1,197 gramos) = Medio maravedí =
7 gramos
Un arriero o jornalero venía ganando
alrededor de 17 maravedíes al día; el de un criado al servicio de la nobleza
rondaría entre los 30 y los 300 reales al mes, es decir, el equivalente a un
sueldo entre los 32 y los 326 ducados al año, aunque esto dependía del nivel de
los servicios de ese criado y la alcurnia del personaje al que sirviera. Como
diferencia entre los ingresos debido a las clases sociales, basta comentar que
el marqués de Villena tenía unos
ingresos anuales de 100.000 ducados, y un campesino venía ganando 1 ducado al
año. Un albañil podía tener hacia 1650 unos ingresos que oscilaban
entre 11 y
12 reales al día, y 16 reales hacia 1679. Un obrero no especializado recibía 7
reales al día en ese mismo año, pero un
carpintero especializado, como era el caso de los que trabajaban en astilleros,
podía ganar hasta 22 reales si era oficial.
En este sentido, el precio de los
objetos de cocina o prendas de vestir sencillas se comerciaba por un precio que
iba desde 15 maravedíes hasta los 120, pero una esclava de 28 años, sana, valía
unos 150 ducados, que en el caso de un esclavo sano y fuerte podía llegar a los
300 cuando era joven, lo mismo que un galeote prisionero prendido en una
batalla.
Un general de la Armada cobraba unos
4000 ducados al año. Un capitán de barco podía llegar a ganar una media de
entre 20 a 30 reales al mes por sus servicios, es decir, unos 350 ducados al
año o en ocasiones, si era veterano, unos 27 escudos al mes, y un marinero
alcanzaba una paga de unos 48 ducados al año.
La construcción de una nao o un
galeón superaba frecuentemente, a finales del siglo XVII, los 2 millones de
ducados, y aún había que armarlo, fletarlo y equiparlo con bastimentos, lo que
daba una idea aproximada de lo que suponía poseer una flota de guerra. Un buen
botín cazado en el mar podía suponer varios centenares de miles de ducados, que
equivaldría a la paga de un capitán durante varios años, o a los ingresos de un
noble en todos sus señoríos durante 2 o 3 años.
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