Hace
millones de años que los hombres comenzaron a evolucionar. No sabemos
exactamente todos los pasos que se han dado en cada período concreto para
discernir con total seguridad cuándo apareció en su mente la imagen de una
rueda, del fuego o del idioma, si contamos con nuestro pasado más remoto, pero cada
día hallamos nuevas pistas sobre los momentos precisos en que nuestros
antepasados lograron descubrir algo nuevo, o algo más avanzado para mejorar sus
vidas, y para garantizarles nuevas formas de desarrollarse.
A pesar de todo, hace mucho tiempo
que esa carrera por la evolución quedó teóricamente truncada. Hubo un momento
en que la línea de avance se cortó definitivamente, aunque no bruscamente, sino
repartido entre distintos sucesos históricos que pudieron propiciar la caída a
un abismo de retroceso cultural e intelectual, sustituyendo todo lo alcanzado,
por un presente sumido en el caos y la barbarie, gracias a la llegada de
pueblos destructores, y a la mentalidad materialista que desplazó a la
mentalidad científica, casi del mismo modo que vuelve a ocurrir hoy, en pleno
siglo XXI, con la diferencia de que ahora, ya no hay nada que proteger, nada
que defender prácticamente, salvo la vida más básica que nos ayude a
mantenernos vivos, lo cual sería fiel reflejo de la vuelta a los tiempos
prehistóricos.
Puede que aquel momento crucial
corresponda al siglo IV de nuestra era, en que las tribus del norte de Europa
se abalanzan sobre el ya decadente imperio romano, o puede que las Cruzadas no
enseñaran lo suficiente a sus protagonistas, como para aprovechar con beneficio
todo aquello que fugazmente se trajo de oriente gracias a los sufíes, con la
consecuencia de que el descubrimiento del Nuevo Mundo, en el siglo XV, abriese
un nuevo espacio de aniquilación de culturas ancestrales, trasladando después
al viejo continente el gen de la ambición más funesta, el ansia de oro y de
poder o el empeño por sustituir a Dios en su poder sobre los hombres. La locura
y la enajenación manifestada en 1945, acabada la II Guerra Mundial, así
lo demuestran.
La controversia sobre qué momento
histórico deberíamos tomar como guía, para establecer aquella ruptura con el
esplendor de la sabiduría y de la ciencia, es toda una batalla entre expertos,
científicos, arqueólogos e investigadores, que levantan sus teorías más
trabajadas y nudosas sobre hallazgos y pistas que no cesan de aparecer,
volcando en tierra una y otra vez todo lo supuestamente seguro. Cada nueva
pieza, cada nuevo dato, no deja de poner zancadillas a lo que creemos que es lo
definitivo, lo auténtico, y nos obliga a volver otra vez sobre nuestros pasos
para estudiar y encontrar orígenes o secretos que se nos resisten, que se
esconden a nuestros ojos, a nuestros esfuerzos, aunque gozan de soltar un poco
de cuerda para atraernos con sus vestigios, totalmente reveladores, que
demuestran que continúa habiendo algo que se nos escapa, algo que queda por
desenterrar, y que nos promete descubrimientos apasionantes jamás conocidos.
En 1902, un pescador de esponjas
bucea como había hecho cientos de veces, en aguas situadas entre las islas de
Citera y Creta, hallando los restos de un curioso pecio romano, hundido por una
tormenta entre los años 50 y 40
A .C. El hallazgo, rodeado de montones de objetos que
transportaba la nave para su comercio, estaba ubicado dentro de una pequeña
caja de madera prácticamente destruida por el mar y el tiempo, pero ofreció al
mundo la espectacular colección de un sistema compuesto por unos 30 engranajes,
perfectamente conectados, construidos y montados, fabricados en bronce,
supuestamente para ser usados como complejo astronómico o matemático, por
sabios de la época. Además, el complejo de ruedas de diversos tamaños, debía
servir para anticipar los movimientos de la luna y predecir los eclipses, algo
realmente impresionante para una época situada en ese punto, si tenemos en
cuenta que el primer reloj, tal como hoy lo conocemos, se pudo desarrollar en
la época del Renacimiento, y a partir de 1519, Leonardo Da Vinci, proyectaba
relojes para ser usados en iglesias y catedrales, que marcaban la hora
accionada por diversos pasos de ruedas y piñones. Fue el astrónomo danés, Olaf
Roemer, en 1674, cuando propuso la velocidad de rotación con velocidad angular,
mediante el perfil del diente en epicicloide, y el ingeniero Robert Willis, a
partir de 1800 quien propuso el empleo de engranajes intercambiables, aunque ya
el suizo Leonhard Euler, en 1707, había puesto en práctica la aplicación del
diente en envolvente.
Como podemos observar, estamos viajando a través de una
época regada con los conocimientos que facilitó la puerta abierta posteriormente
por la Revolución
Francesa , al desarrollo de la Ilustración , que no
casualmente, animó a los estudiosos a interesarse por la ciencia nacida a
partir del período del antiguo Egipto y el tiempo de los faraones, momento en
el que pudieron enraizarse los saberes ancestrales que después se fueron
amasando en la gran Biblioteca de Alejandría, madre de los mayores depósitos de
conocimiento y sabiduría que hayan existido jamás, sede de las mejores escuelas
de sabios, arquitectos, historiadores, médicos, filósofos y matemáticos de
todos los tiempos, cuyas salas poseían más de 900.000 volúmenes escritos en
todas las lenguas conocidas del mundo antiguo, guardados y conservados en
papiros llegados de casi todos los reinos que en aquel entonces existían bajo
el sol, una vez que Marco Antonio cedió a Cleopatra otros 200.000 volúmenes
traídos de la biblioteca de Pérgamo. En ella se depositaban las obras de
Arquímedes, de Aristóteles, los estudios geográficos del navegante Piteas, de
Apolonio de Rodas, que aportó más de 800 ensayos a la biblioteca, buen
conocedor de las obras de Homero, estudios sobre el mundo conocido de
Eratóstenes, y otros muchos más.
Fue durante las revueltas del siglo
IV d. C. cuando el enfrentamiento entre el egipcio Aquila y el general romano
Julio César, produjeron la destrucción de la magnífica biblioteca, al parecer,
por haberse extendido el incendio de las naves del puerto tierra adentro, propagando
el fuego a diversos edificios, entre ellos el anhelado centro del saber que en
aquella época se conservaba. Fuera como fuere, lo cierto es que aquel
maravilloso patrimonio desapareció, y el legado antiguo tan largamente
acumulado, se transformó en cenizas para siempre, sin que jamás pudiera ser
recuperado, copiado o protegido de ninguna manera, para las futuras
generaciones y civilizaciones que habrían de venir, pues solamente se pudieron
salvar 40.000 documentos antiguos de todo lo acumulado.
Existen ciertas doctrinas, según las
cuales la civilización del siglo XXI, tal como hoy la conocemos, habría
experimentado, a partir de la destrucción de la biblioteca de Alejandría, un
retroceso que se podría valorar entre 800 y 1000 años al momento histórico en
que ahora nos encontramos. El hallazgo del pecio de Anticythera así lo podría
confirmar, ya que se puede deducir fácilmente, qué tipo de cultura y
conocimientos se podría hoy día poseer, de haberse desarrollado tal contingente
de ciencia entre las generaciones que han mediado desde aquel tiempo. Recordemos
que la mayoría de los medicamentos que han venido librando a las personas de la
muerte, tienen una edad de unos 150 años como mucho, el avión tomó forma
auténtica en el primer tercio del siglo XX, a pesar de que se tiene lejana
noticia de los proyectos de vuelo, que el submarino se perfeccionó casi
terminada la Gran Guerra ,
y que algunos de los mayores logros en la medicina actual ven la luz a partir
de 1930, con lo que se puede afirmar que nuestra vida, como se configura ahora
mismo, es un bebé al que le están saliendo los dientes. Y sin embargo, no
siempre fue así….
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