En 1598 España firma la paz con Francia, pero ésta última continúa apoyando en secreto a los holandeses, y dificultando las comunicaciones existentes entre Flandes e Italia, de manera que las tropas francesas se colocan a lo largo de la ruta seguida hasta las posesiones de los Habsburgo, para caer sobre las expediciones españolas que trasportan los caudales y materiales que necesitan los Tercios para continuar con la contienda.
Hacia 1635 España entra en un colapso con la nueva guerra contra Francia, pero la situación, que ya es mala de por sí, se va agravando con la falta de fe de las tropas, a las que se deben muchos meses de paga, enferman por la falta de higiene y sanidad provocando neumonías, los precarios alimentos y el práctico abandono por parte de la Corona, que animan a las deserciones, una vez que el frente ha provocado muchas bajas, lo que empuja igualmente a las tropas a comportarse como mercenarios, arrasando todo lo que encuentran a su paso, y que tiene como consecuencia la falta de apoyo de los ciudadanos en el territorio, que se inclinarán a favor de la causa de las Provincias Unidas.
En el año 1643 las tropas españolas son derrotadas en Rocroi por los ejércitos franceses, gracias a la traición de un desertor que confiesa al enemigo la disposición que tomarán los tercios durante la batalla, y que permite a las filas galas anticiparse al enfrentamiento. Este hecho marcará el principio del fin de la presencia de los Tercios en Flandes, abriendo la puerta a la escisión holandesa del imperio español en las Provincias Unidas.
Llegamos a 1680, para asistir a una situación en España que se podría calificar de difícil, aunque dependiendo del punto de vista estudiado, y de los historiadores, podemos tachar de caótica, o simplemente como crisis pasajera que verá algo de luz en el siglo XVIII, con la entrada de ideas evolucionistas y renovadoras, procedentes sobretodo de Francia, pero que no obstante está imponiendo a su pueblo una política absolutista y asfixiante, que convertirá el reino en un lago estancado en cuanto a ideas y modernismo económico.
Sin embargo, la realidad nos muestra aquel año que el país está sometido a una grave crisis económica, terribles epidemias y miseria entre la sociedad –recordemos que entre 1635 y 1695 más o menos, ha habido cerca de 16 graves epidemias en el territorio español–, que condena a las personas más pobres al hambre y la muerte, mientras la corte emplea ingentes cantidades de dinero en mantener las colonias de ultramar ( que no obstante cada vez se hallan menos defendidas y más expuestas), las flotas, constantes guerras y frecuentes despilfarros además de astronómicas deudas con acreedores extranjeros.
En este escenario, en vísperas de la Guerra de Sucesión, Carlos II ha de decantarse por un heredero que no va a tener, en el que depositará la corona del Imperio.
El rey es un hombre débil, enfermizo, sufre de epilepsia, hemofilia, impotencia y parálisis diversas, lo que ha hecho pensar al pueblo que es objeto de una maldición fríamente lanzada, teniendo en cuenta la superstición de la época, y a muchos historiadores, que es el producto del incesto entre miembros de la realeza, aunque hoy sabemos que ni lo uno ni lo otro, están formalmente justificados.
Lo cierto es que después de un gobierno desastroso, equivocado, mal planificado,
peor organizado y descontrolado por completo, Carlos II se enfrenta a la complicada ecuación de tener que testar a favor de su sustituto, sopesando la terrible realidad de la que es consciente, y que no es otra que la extinción de su dinastía, con el interrogante de saber si el que vendrá después será capaz de solucionar los problemas del reino hispánico y de sus colonias de ultramar.
peor organizado y descontrolado por completo, Carlos II se enfrenta a la complicada ecuación de tener que testar a favor de su sustituto, sopesando la terrible realidad de la que es consciente, y que no es otra que la extinción de su dinastía, con el interrogante de saber si el que vendrá después será capaz de solucionar los problemas del reino hispánico y de sus colonias de ultramar.
Europa se debate a partir de ese momento, en una controversia que afecta a los soberanos de las naciones del viejo continente. Cada uno mueve sus fichas cuando le toca, para hacerse con el ansiado imperio español, el más grande sobre la Tierra, y el que más recursos y metales preciosos obtiene en el mundo, pero al mismo tiempo, el único que tiene un sumidero con la realeza, que ha configurado un volumen de deudas con los banqueros extranjeros, difícil de saciar, sin contar con las guerras lidiadas, que le sumergen en el mayor de los déficit conocidos.
Por un lado está Francia, la poderosa nación que se ha convertido ya en una potencia, y que se halla en auge frente a sus oponentes, ha ocupado algunas islas en las Antillas, y ha estado pugnando descaradamente por quedarse con las posesiones italianas del Rosellón, la Cerdaña o Sicilia, aunque sin conseguirlo. Ahora se le aparece la oportunidad de lograrlo sin disparar un solo tiro, tiene una poderosa flota y ejércitos numerosos a la par que preparados para dar el paso definitivo.
El pretendiente francés, Luis XIV, representante de la Casa de Anjou, la de la Flor de Lis, ya ha entregado a varias esposas en matrimonio en otras ocasiones para concertar alianzas políticas, y ahora lo hará con su sobrina María Luisa de Orleans, segunda esposa del rey Carlos II, que sufrió infelizmente las intrigas de la corte y el rechazo del pueblo español. A pesar de que ha protagonizado varias guerras con España, y un millar de acciones navales en el Atlántico, y en el Mediterráneo, ha firmado una paz supuestamente beneficiosa para ambos –lo que no será verdad–, y como suele ser habitual, los lazos de sangre sellan los pactos. En esos convenios, el país galo en España tiene una gran espina que no podrá superar: Aragón.
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