La aristocracia vasco-navarra ocupaba lugares privilegiados en los cargos de la sociedad porteña, siendo frecuente que fueran miembros del gobierno municipal. Entre los palacios de la nueva nobleza comercial podemos encontrar a los Reinoso Mendoza, Rivas, Oneto, Vizarrón, Araníbar, Voss, Villareal y Purullena, entre otros. Los montañeses mantenían un fuerte gremio comercial en la ciudad, y solían tener constantes pleitos con las autoridades por sus frecuentes intentos de eludir las obligaciones fiscales.
Estos nuevos ciudadanos eran pequeños comerciantes que tenían empresas de comestibles, tabernas o posadas en El Puerto. Algunos trabajaban como almaceneros de bacalao y semillas, obteniendo altos ingresos que les aproximaban a la burguesía mercantil, ocupando un status importante en la sociedad.
Hacia finales del siglo XVII, el próspero rincón de la bahía de Cádiz, a la que se está haciendo referencia, destacaba además de por sus corridas de toros, por su excelente vino y por el comercio de aceite. Pero no era lo único que se fabricaba en las riberas del Guadalete. En su orilla izquierda, aparece reflejado en distintos planos antiguos, coincidentes entre ellos, un molino que hacía esquina en la zona noreste, donde también aparece una pequeña ría interior, y que a raíz de los estudios llevados a cabo sobre la ciudad, dedicaría sus funciones a la sal, debido a que toda esta zona ribereña consistía en numerosas salinas, centro de producción industrial ligada a la urbe gaditana, y que fácilmente pudieron exportar, por gozar de una producción importante.
Paralelamente a esto, El Puerto de Santa María debía importar el grano que se consumía en el lugar, debido a que toda esta zona está precisamente caracterizada por una amplia franja de marismas y tierras pantanosas, con lo que consecuentemente no permitían la siembra y recolección de trigo o cebada. Esta materia era importada principalmente de la zona de Marruecos, cuyo grano tenía fama de buena calidad, y en los estudios históricos llevados a cabo, se tiene constancia de varias de las importaciones que algunas saetías o gabarras de carga dejaron en sus muelles a lo largo de este siglo, que como resultado del aumento de población, y el progreso de sus familias de clase media y alta, resultaban escasos.
Uno de los mejores planos recogidos sobre la ciudad, donde se refleja de manera fiel lo que en ella existía, es el perteneciente a Wingaerden, que lo dibujó en el siglo XVI, y en el que además de casi todos los elementos que en ese momento conservaban del casco urbano, aparecen los elementos del antiguo puente romano que existió en la ciudad, cuyos restos arqueológicos han aparecido hace algún tiempo. En el plano mencionado quedan reflejadas las columnas que sostenían el supuesto único puente sobre el río, y que algunos investigadores, ante la duda, han deducido que sirvieron para amarrar las galeras en el agua. De esto se desprende que el río no gozó de un puente hasta 1738 aproximadamente, en que se construyó el de San Alejandro, constituido por barcas unidas.
La historia de El Puerto de Santa María, está también ligada a la historia de los hechos navales más relevantes, por ello, debido a los innumerables ataques que vino sufriendo a lo largo de su existencia, tenía un cinturón de torres de vigilancia, o almenaras, que junto a patrullas de a caballo y señales de humo, servían para alertar de posibles corsarios. Entre los más famosos está el ataque sufrido en 1587 por parte del pirata Francis Drake, aunque ha quedado en la memoria el ataque inglés en 1596 a Cádiz, por parte del duque de Essex y el que se llevó a cabo en 1625, o el ataque anglo-holandés en 1702 a raíz de la Guerra de Sucesión.
El Puerto de Santa María, que junto a Sanlúcar de Barrameda y Rota formaban la puerta al comercio con las Indias, y era la principal senda por la que discurrían las arterias del oro, plata, piedras preciosas, perlas del mar de Java, lozas chinas, alfombras persas y telas filipinas, además de un abanico de productos y especias interminable, como el índigo, la cochinilla, el añil, la pimienta, el azúcar, ron de caña, tabaco, cacao, te y un largo etcétera, todo transportado a bordo de sus poderosos y magníficos galeones de las flotas de Nueva España y de Tierra Firme, engrandería a España como potencia mundial, antes de que el destino, forzado por políticas equivocadas y tóxicas nacidas en alcobas cortesanas, tendiera a hundir tan fastuoso imperio en el que "nunca se ponía el sol".
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