martes, 9 de agosto de 2011

LA MEMORIA ACUÑADA EN ORO.

Hace ya muchos años, desde que en 1979, el equipo del investigador y aventurero Mel Fisher, presidente de Treasor Salvors Inc., publicase para el mundo entero su libro EL TESORO DEL ATOCHA, como pequeño diario de una búsqueda incansable que duró 16 años y que le costó la vida de uno de sus hijos, dedicada al hallazgo de los galeones de la Flota del Tesoro, desaparecidos en 1622 durante un huracán tropical a la altura de los cayos de Florida, y de los que fue capaz de encontrar el Nuestra Señora de Atocha, y el Margarita, semienterrados entre las arenas de los fondos tropicales y silenciosos del Caribe.

En aquella aventura se mezclaban intenciones, experiencias y proyectos de todo tipo, tanto arqueológicas como económicas, a pesar de que el hallazgo abría de nuevo una puerta a un mundo ligeramente olvidado por una parte importante del planeta. Aunque en todos los tiempos y épocas se han llevado a cabo las aventuras de los pecios hundidos, cuando se producen hallazgos de esta magnitud, la historia nos recuerda que las minas del rey Salomón, es posible que se hallen bajo el agua y no bajo la tierra, exactamente del mismo modo que lo pensaron los filibusteros en aquel lejano siglo XVI, antes de lanzarse a buscar y abordar estos mismos galeones flamencos y castellanos que ahora duermen el sueño eterno bajo las cálidas aguas del Caribe.

De momento supimos que el montante superficial global del hallazgo, al menos el declarado ante la comisión internacional el día que se hizo público antes de la subasta de objetos para los museos, alcanzaba unos 400 millones de dólares de la época, sin embargo, hay razones para pensar que la realidad auténtica esconda como mínimo una mitad más de esta cifra al valor del hallazgo total, y entre los motivos de la diferencia están los que, como es habitual, hacen mezclarse en el asunto a la hacienda pública.

Pero si relacionamos esta cifra con otros hallazgos, o sospechas de hallazgos, más antiguos, esta cantidad es irrisoria. Por ejemplo, el famoso tesoro de Lima, supuestamente escondido en la isla de los Cocos, por un grupo de corsarios improvisados, después de que los nobles criollos tuviesen que salir corriendo con sus fortunas, ante el avance del libertador San Martín y de su socio Simón Bolívar, en el siglo XIX, alcanzaría la propina de unos 12.000 millones de nuestras antiguas pesetas españolas; en otro remoto lugar, tenemos también el tesoro confesado en el pie del patíbulo por el capitán Olivier Le Vasseur, conocido con el apodo de La Buzze (la lechuza), y buscado en la isla de Mahé, en el archipiélago de las Seychelles, frente a Madagascar, por un empresario que ganó su ruina persiguiendo el misterioso sueño.... 

Pero el más famoso de todos, el líder indiscutible de la leyenda por excelencia, y el culpable de los cuentos que siempre se han contado por la noche a los niños, antes de irse a dormir, haciendo que sueñen con aventuras emocionantes, llenas de acciones intensas e intrigantes, ha sido sin duda el tesoro de William Kidd, y quizá es el único que en muchas ocasiones se confirmó como cierto. Aunque no se sabe la cifra exacta a la que sube el supuesto tesoro de este pirata, y salvando que se hallan inventado detalles por escritores, historiadores o creadores de fantasías, sabemos que tuvo que enterrar el contenido de las bodegas de su nave en una isla de Pacífico, ante la inminente captura de su tripulación por los marines ingleses, en una operación de caza. De ser cierto, con bastante probabilidad, aquel tesoro no excedería de un puñado de arcones y cofres llenos de ducados de oro y piezas de a ocho de plata, pero debía ser lo suficiente bueno, en aquel tiempo, para garantizarle una buena vida para el resto de la que achacosamente le quedaba. Para su desgracia, no pudo disfrutar de ello, pues fue ahorcado en Wapping el 23 de mayo de 1701, donde estuvo su cuerpo suspendido en el interior de una jaula de hierro durante 10 días.

El botín de nuestro amigo Willi no debió tener parangón con el que supuestamente se encontró otro famoso pirata, John Avery, conocido también como Long Ben, Henry Avery o capitán Singleton, aunque el nombre por el que sería más famoso era Capitán England, y la leyenda dice que fue el que ideó la bandera pirata que lleva una calavera con dos sables cruzados, bajo la cual decidió atacar la flota del Gran Mogol, en aguas del Mar Rojo, llevándose además a su hermosisima hija. Cuentan que entre mucho otro inventario del tesoro, almacenaron en sus bodegas más de cien mil piastras de plata, cien mil cequíes y una enorme infinidad de joyas.

Hubo miles y miles de piratas, en todos los tiempos y todas las épocas. Nunca se podrían nombrar a todos, si no nos limitásemos a hacer una mención de algo de lo más conocido. Entre los berberiscos estaban los hermanos Barbarroja, y Dragut Rais, al que llamaban la espada del Islam; en Cornualles operaba la familia de los Killigrew, haciendo muchas veces abordajes, y otras de naufragadores; en 1523 el francés Jean D’Ango asaltó los primeros galeones en aguas del Atlántico, haciéndose con los tesoros que Cortés enviaba al rey Carlos V, como prueba de lo que se estaba encontrando en el Nuevo Mundo, y también destacó Jean Bart, de Dunkerke, al que se consideraba un mosquetero del mar; entre los ingleses de la época de Felipe II, los más famosos son Francis Drake y John Hawkins, a los que se derrotó en San Juan de Ulúa, abriendo la veda contra los españoles; sin duda, la Cofradía de los Hermanos de la Costa, configuró la imagen de los auténticos filibusteros, que son los piratas clásicos de toda la vida, entre los que dejaron su firma el francés Jean David Nau, conocido como el Olonés, el holandés Edward Mansvelt, D’Oregón, el valeroso Pierre Legrand, que inició la época brillante del filibusterismo, Warner y D’Esnanbuc, que intentaron crear colonias en las Antillas, De Poincy o Levasseur.


Sin duda, uno de los caudillos famosos por antonomasia, que sabemos que existieron con toda seguridad, fue Henry Morgan, que marca una época propia, logrando tomar la ciudad de Panamá, su sueño, protagonizando el ataque a Portobello con tan solo 400 filibusteros; podemos recordar al holandés Van Horn, objetivo de la leyenda del “holandés errante”, donde juega una partida eterna de ajedrez con el diablo, apareciéndose a los navegantes, así como a sus compinches De Grammont y De Graff, con quienes asaltó Santiago de los Caballeros, en la América española; de su misma época son Coxon y Bartolomé Sharp, Cook, el capitán Gronet, John Davis y Swan.

Seguramente si nombramos a Edward Teach, habrá algunas personas que duden de su identidad, hasta que digamos que se trataba de Barbanegra, el famoso pirata legendario, heredero de la época posterior a los filibusteros, sus andanzas son famosas a partir de 1718, hasta que el teniente Robert Maynard colgó su cabeza del bauprés de su nave, acabando con su leyenda, o iniciándola en ése momento, quién sabe....; de ésta época podemos contar con Stede Bonnet, segundo de Teach, William Lewis, Edward Low, el capitán Fly, que operó en el continente americano y en las costas de Africa, Charles Bellamy, Howel Davis o Richard Worley; asimismo, tenemos a un famoso pirata de cuentos que es el galés Bartolomew Roberts, el enemigo eterno de los habitantes de Barbados y Martinica, conocido como Bart el Negro; tampoco podríamos olvidar al extraño pirata que pasó a la Historia por sus buenos modales y cortesía con los vencidos, Misson; a finales del siglo XVIII operó también el famoso Jean Laffite, que reinaba sobre toda una organización de piratas.

Repartidos entre épocas y períodos tenemos un gran repertorio que sería interminable, entre los que destacan Walter Raleigh, del tiempo de Drake, René Duguay-Trouin, que hace aparición hacia 1695, y mujeres piratas como las famosas Mary Read y Anne Bonny, que junto a la goda Alvilda, de la época de los vikingos, Charlotte de Berry, o la famosa Ching Shih, que operó en el mar de China y llegó a capitanear una flota de más de 1000 navíos, forman la parte femenina de la piratería; así podríamos seguir reuniendo personajes destacados sin fin, como Thomas Tew, Bennet Graham, conocido como Benito, John Taylor, Charles Vane, John Phillips, Edward England, pirata ingles muerto en 1720, Robert Surcouf, el escocés John Paul Jones...

Historias de piratas, de oro y de aventuras...., pero realmente, teniendo en cuenta que es tan difícil separar la leyenda de la realidad, si nos detenemos a meditar sobre el asunto, veremos que a día de hoy las historias de piratas no han cambiado tanto, de hecho han cambiado muy poco, puesto que en el presente estamos sufriendo a diario los ataques de piratas, incluidos los abordajes a barcos, salvo en que aquellas aventuras debieron transcurrir en un entorno realmente sugestivo, casi surrealista, ya que a una época donde la ley y las normas civilizadas no existían básicamente, le sumamos una falta total de medios de defensa por parte de las naciones, unos primitivos sistemas de comunicación y unos momentos en que la reunión de determinadas capacidades, pueden decidir hacer muy rico o muy pobre a un hombre, tales como el valor, la pericia en el mar, la rebeldía, y la fe en uno mismo.

En nuestro tiempo se sigue robando y saqueando, sin embargo, de alguna manera, falta algo para que podamos comparar a aquellos piratas y a su tiempo con los nuestros, hay algo que se nos escapa. De momento, las capacidades invertidas hoy en los delitos cometidos no tienen comparación con las que hacía falta poseer en aquellos tiempos, donde no existía el reconocimiento de los derechos humanos, ni el respeto por la vida si eran capturados, sabiendo como sabían que la pena de muerte era su único destino. Al mismo tiempo, debían dirigirse a lugares totalmente desconocidos, sin puertos, sin confianza en poder alimentarse, sobrevivir o conseguir no hundirse en el camino, rodeados de enemigos, de tormentas, de caníbales, en un cascarón de madera donde los primeros competidores son los compañeros de abordajes, y cuantos menos sumen, a más se toca en el reparto, moviéndose entre conspiraciones, amenazas y peleas por el oro y por la falta de opinión o entendimiento.

Es cierto que eran auténticos rufianes, proscritos en todos los rincones donde aparecieran, siempre dispuestos a robar, matar o engañar, criminales de la peor especie, o mercenarios al servicio de cualquier capitán que les prometiese suficientes beneficios en la empresa, como para jugarse la piel a cualquier precio. Sin embargo, es igual de cierto que no fueron ellos los creadores de su época ni de las condiciones de vida de su tiempo, no fueron los que decidieron reinos, feudos o guerras contra otras naciones, decidiendo al mismo tiempo la parte que les tocaba a los pueblos que dependían de esas decisiones, y cuando se repasa la historia, no es tan difícil comprender que hoy, contando con tantos avances científicos, no estamos tan lejos de identificarnos con ellos.

La mayoría de ellos nunca volvía a casa jamás, a pesar de que otros muchos no tenían intención de hacerlo porque les estaban buscando para ahorcarles, pero el hecho de pensar que no se tiene futuro de ninguna clase, puede minar de un modo poderoso la moral, y sin embargo, aquellos piratas seguían adelante, por el oro, por la aventura, por una vida de libertad, sin leyes ni normas, sin limitaciones impuestas por banderas, religiones, tradiciones o fronteras políticas, sin protocolos sociales de ninguna clase que no fueran los que ellos mismos decidían. Y aún así, cuando habían tenido la buena fortuna de hacerse con un puñado de monedas de oro, las gastaban tan rápidamente en las tabernas o en el juego, que no tenían casi tiempo de contarlas, de modo que había que volver al mar a buscar otro puñado de calderilla para seguir sobreviviendo, y quizá en el siguiente intento se acabase su suerte, pues hay que recordar que todo el mundo les busca, y que siempre les pisan los talones, en cualquier lugar y momento, y un despiste les llevará a la muerte.

Para la mayoría de los que debieron integrar casi todas las tripulaciones, al margen de haber logrado más o menos éxitos en saqueos y abordajes, la vida seguía siendo una auténtica miseria, porque solamente participando como organizador de empresas, o como capitán de piratas, uno se podía agenciar una buena parte del botín, siempre que se siguiera con vida. Esto significa que no debieron ser dueños de un gran patrimonio, salvo un saco de marinero, algún cofre de sencillas pertenencias y la ropa que llevaban puesta, y cuando se moría en combate, todo esto era repartido entre el resto de los tripulantes, o con muchísima suerte, devuelto a sus familiares, ya que su cadáver encontrará un hueco en el fondo del mar.

Los arqueólogos siempre han encontrado restos de ellos en todo el mundo. Cada día se llevan a cabo excavaciones y descubrimientos apasionantes sobre los piratas de todas las épocas, y es que sabemos tan poco sobre ellos, que su vida y su historia puede ser comparada con los misterios del universo, aunque este pequeño universo lo tenemos aqui, en nuestro planeta, sin necesida de volar por el espacio sideral. Del mismo modo que aquellos hombres salían al mar a buscarse la vida, sin temor y sin arrugarse ante nadie ni ante nada, mantenían el secreto de sus vidas o sus hazañas, en silencio, y esto, lamentablemente, hace que hoy, siglos después, no podamos conocer la veracidad de sus leyendas. La mayoría ni siquiera sabían leer o escribir, salvo un puñado de líderes o capitanes, algunos con origen en la nobleza, y aceptaban sus destinos sin protestar ni pedir explicaciones, porque entre otras cosas, muchos no tenían otra salida, y era más cómodo pegar un sablazo o un tiro, que pasarse miles de jornadas en el campo arando y cultivando, para tener acceso a un mísero mendrugo de pan, y aún así, ser estafado por la iglesia y las clases nobles, de todos modos.

Al convertirse en piratas, aquellos navegantes ya no son siervos de señores, sino señores de los mares, ya no son esclavos de un destino, sino que escriben su propio destino con su vida y sus batallas, ya no están condenados a arrastrar una existencia sellada de miseria, carencias y abusos, sino que tienen una oportunidad de hacerse ricos, si el botín es bueno y la campaña esta bien planificada, con opciones de éxito.  Al convertirse en piratas, aquellos hombres abren rutas en el mar, conocen el planeta, hacen descubrimientos geográficos y establecen contactos con otros pueblos, razas y religiones, dando un paso de gigante en proyectos que gobiernos bien organizados, no son capaces de conseguir. La vida del pirata está plagada de peligros, dolores, enfermedades e incertidumbres, pero eso es algo que ya tenía antes de lanzarse al mar, por lo que todo lo que lleve a cabo en sus correrías, nunca le hará temer nada que no tenga que vivir en tierra de la misma manera, y como no tiene nada que perder, todo lo poco que gane siempre será un beneficio.

Pero lo más importante, lo que más brilla con nombre propio cuando les nombramos, o cuando pensamos en ellos, es su leyenda. Todo lo desconocido o lo misterioso atrae con una fuerza muy especial, haciendo que se excite la imaginación y la fantasía, haciendo que algo que es tan terrenal, algo que es tan común al resto de los hombres, alcance un poder de seducción que revoluciona todos nuestros sentidos. ¿Qué vieron y vivieron aquellos hombres durante sus aventuras? ¿Qué secretos escondían en sus mentes que nunca hemos desvelado? ¿Dónde están sus tesoros o sus vestigios? ¿Qué historias increíbles hubieran podido contarnos de sus propios labios?

Es indiscutible que muchos de nosotros daríamos lo que fuera por conocer la verdadera historia de muchos de sus personajes, sin máscaras inventadas, sin adornos, y saber qué es lo que se fraguó en las cámaras de sus barcos, cuando se reunían en mitad del mar y de la noche, a planificar los asaltos o los abordajes, qué es lo que decidían y sobre qué, cómo se organizaban y qué conocimientos poseían sobre el mundo en el que se desenvolvían y en el que luchaban. Con toda seguridad, podemos afirmar que los nombres más famosos que han llegado de alguna manera hasta nosotros, y que forzosamente corresponden a dirigentes, en lugar de a simples marineros, no suponen más que un 1% de los piratas que existieron, y que, entre los que jamás conoceremos ni sabremos su existencia ni sus nombres, debió haber auténticos héroes y guerreros del mar, a pesar de ser delincuentes.

A pesar del valor económico que poseen los objetos que siguen siendo hallados, sobretodo en oro y plata, a menudo por su valor artístico o histórico, el auténtico valor de los restos que aparecen de vez en cuando, referentes a la época de los piratas o los conquistadores, a sus vidas o a sus historias, no es realmente en dinero. A pesar de que muchas fortunas arqueológicas continúan desvelando de un modo caritativo pequeñas piezas ansiadas por museos y coleccionistas particulares, jamás podrían compararse con una carta escrita de puño y letra por cualquiera de sus capitanes, o por un mapa dibujado por alguno de sus corsarios, o por los restos de ropajes vestidos por cualquiera de sus bucaneros o filibusteros, porque todos estos objetos, sin ser de oro, son la esencia misma de aquellos que lo protagonizaron, en cuerpo y alma.

Sabemos que en el Archivo de Indias, de Sevilla, existe un auténtico tesoro en manuscritos que datan, entre otras épocas, del periodo que va desde 1530 aproximadamente hasta principios de 1800, que es el lapso de tiempo durante el cual se desarrolla la pirateria que ostenta nombre propio en su concepto más personalizado, es decir, los piratas del mar. Pero no es el único lugar que posee estos materiales. Repartidos por toda Europa, existen fondos celosamente protegidos y guardados, donde se conservan manuscritos originales de muchos de aquellos adalides históricos y legendarios, sin hacer mención de colecciones particulares desconocidas, a veces, gracias al contrabando de piezas robadas.

En virtud de ello, podemos afirmar que hoy en dia, el auténtico tesoro son los vestigios originales de aquellos que buscaban el oro y la fortuna, por todo lo expuesto hasta aqui, y porque entre los misterios más grandes que se niegan a negociar con las generaciones modernas, están las leyendas de los piratas, su historia, sus secretos, los detalles de sus vidas, los lugares que visitaron o donde dejaron su huella. Hombres que eran corruptos y mercenarios, muchas veces por necesidad, no tantas por afición o falta de escrúpulos, víctimas de su propio tiempo, como hoy día lo somos también del nuestro. Pero en nuestros días todo queda anotado, grabado, sellado, confirmado o notariado, a diferencia de la de ellos. En nuestros días solamente tiene algo de misterio la corrupción política o criminal, y los hilos de sus movimientos son sumamente vulgares.

Cuando encontramos los restos de un pecio, de una tumba o de algún objeto enterrado, de la época de los descubrimientos o de la era de la piratería, estamos abriendo la puerta del tiempo, viajando a través de un túnel emocionante que nos muestra esos misterios, que nos los pone en las manos, aunque no seamos capaces de descifrarlos del todo. Cuando somos elegidos para gozar del don de poder tocarlos y tenerlos en nuestras manos, estamos siendo agraciados con el don de acceder a los secretos que aquellos hombres se llevaron a la tumba para siempre, sin dejar constancia de ellos, y es posible que la mayoría de los que hallamos, nunca los podamos conocer. En esos momentos, nos asaltarán miles de interrogantes sobre lo que tenemos delante, y nos preguntaremos por cuántas manos ha pasado una simple moneda hasta ser descubierta en estos momentos por nosotros, o cuánta sangre ha corrido para poseerla, cuántos dueños ha tenido cada arma, o cuántos ojos han mirado y leído cada papiro y manuscrito aparecidos.

Por ello, el hecho de arrancar a los hallazgos el oro o la plata, no se convierte en una mina industrial, sino que es el legado de una memoria ancestral y llena de interrogantes que debemos proteger a toda costa, y en todo momento, que debemos valorar de un modo muy especial, con mucho entusiasmo y mucha prudencia, porque en cada pequeño trozo arqueológico encontrado, existe un diario muy grande escrito por personas que vivieron en otro tiempo, y que tienen mucho que contar, mucho que confesar o que aportar a la Historia. Esta memoria siempre estará acuñada en oro, aunque sus materiales sean de papel, de tela, de madera o de vidrio, siempre será el oro de la historia el que debemos valorar y no el metal que cobramos a precio de mercado, porque esta memoria es mucho más valiosa que todos los libros escritos o por escribir que los hombres se esfuercen en crear a lo largo de los tiempos, ya que son la prueba viva de la existencia de aquello que se sospecha o que se persigue, o de lo nunca se ha sospechado siquiera, pero que aparece un día, revelando que estuvo allí, y que pasó por allí.

Debemos seguir valorando y protegiendo esa memoria acuñada en oro que representan los vestigios de aquellos que protagonizaron un tiempo y una época, porque con toda seguridad, que tendrían mucho que enseñarnos incluso en nuestros modernos y cómodos tiempos de la electrónica digital, y de los satélites, pues mientras profanamos su recuerdo, estamos profanando nuestro derecho propio a conocer la realidad del reflejo de todo lo legendario, y todo lo fabulado a lo largo de siglos, a veces milenios, perdiendo la oportunidad de asombrarnos de lo que posiblemente podamos descubrir, en la aventura de viajar al pasado.