viernes, 6 de junio de 2014

SOPLAN VIENTOS DE HISTORIA III


 
La vida y el entorno en el s. XVII

            Las casas palacio de los cargadores eran auténticos emporios de riqueza y ostentación, pues ciertamente, diseñados al estilo renacentista por arquitectos franceses e italianos, representaban el nivel y opulencia de sus propietarios, y de este modo se hacían admirar y respetar dentro de sus propios círculos políticos y comerciales.

            Solían mostrar en la parte alta de sus entradas sus escudos de armas, blasonados en piedra y rodeados de esculturas exquisitas y adornos tallados. En estas casas señoriales había un pozo en los patios, lo cual era un lujo, teniendo en cuenta que normalmente había que ir al río o a las fuentes a buscar agua. En el s. XVII se usaban los pozos nevera para refrescar bebidas, usando nieve que se traía de la sierra.
 


            Los vinos afamados eran los andaluces de Guadalcanal y Cazalla de la Sierra o Madrigal, Alaejos y Coca. Todas las clases sociales consumían vino, desde los más humildes a los más ricos. Se almacenaban en pellejos, que hacían que éste tuviese un sabor a pez, o en barreños y tinajas de barro, lo cual ayudaba a avinagrarse rápidamente, aunque en el reino de Aragón en cambio, era uno de los escasos lugares donde se usaban los barriles con duelas para almacenarlo. El vino mezclado con miel (hidromiel) era una bebida típicamente nórdica, que además fue trasmitida a Europa desde el s. VIII, y se le añadían especias para mejorar su calidad y sabor. El hipocrás o la garnacha llevaba 3 tipos de uva, azúcar, miel y canela.

            Las clases nobles tomaban chocolate con dulces de hojaldre, pestiños o buñuelos, pero las clases humildes vivían de la limosna o las sopas de conventos, se les llamaba sopistas o brodistas por este hecho. El lugar para comer, común a todos los hogares era la olla, por lo que lo único que distinguía a las personas era lo que había dentro de ella.

            Normalmente, para comer se preparaba una mesa compuesta por tablas sobre caballetes, que se llevaba al lugar común o se sacaba de la cocina, porque los comedores solo existían en las casas nobles. El anfitrión o cabeza de familia, se sentaba siempre en la cabecera de la mesa presidiendo a los demás. La vajilla era de barro o loza, la plata era solamente para los nobles. Había jarras o morteros en las alacenas, y se lavaban frotando con hojas o con arena en agua, a la que se añadía vinagre para limpiar bien. En las casas nobles primero solía probar la comida el maestresala, antes de pasarla a los señores, evitando así que si estaba envenenada, éstos cayeran víctimas de una conspiración.


            Cuando acababan de comer, los nobles se lavan las  manos con un aguamanil, con toallas y jabón, según la costumbre de la época. El mejor jabón de entonces era el fabricado en Nápoles. Se usaba el cuchillo o las manos, pero el tenedor no existió hasta el s. XVIII, inventado al parecer por artífices italianos en el siglo XI. Entre las gentes de clase alta no debían de chuparse los dedos, debiendo lavarse al terminar un plato. Las damas solían usar guantes en la mesa para comer. Todas las vajillas se guardaban en alacenas incrustadas en los muros, que habitualmente estaban cubiertas con cortinillas, o en armarios de madera.

            Entre las clases populares se consumía pan untado en aceite o vino, la sopa engordaba con este pan llamado gallofa. Las clases altas lo tomaban blanco, y los pobres lo tomaban moreno, pues había una diferencia entre el pan de trigo y el de centeno. Otro alimento era la mazamorra, un compuesto de harina de maíz, azúcar y miel, con el que se formaba un bizcocho duro y seco, que comían los pobres y los galeotes de las naves, que duraban muchos días sin corromperse, de poco sabor y pocas calorías. Un pan blanco muy alabado era el rubión o el trechel. Con una blanca, que era medio maravedí, se podían comprar sardinas saladas. Las clases menos pudientes comían poca carne, salvo en las grandes fiestas, bodas o celebraciones especiales. Las más consumidas eran las aves, pollo, gallina y todo tipo de caza que los nobles solían comer a diario. También cabrito, liebres y queso bien curado, así como cerdo, mollejas, menudos, tripas, acompañados de salsas fuertes o especias. Los huevos eran un producto caro y estaban muy cotizados. La capirotada era un plato de lujo (ajos, aceite, hierbas, todo mezclado con una docena de huevos batidos, que se vertía sobre la carne cubriendo con capirote).

            En España se podía comer un plato consistente en despojos, tocino magro y gordo, pescuezo, cara y cola, asadura, corazón, pulmón y menudillos. Todo esto se podía tomar el sábado como día de semivigilia, lo mismo que los huevos, los cuales eran de abstinencia para los católicos, excepto en España debido a la Bula de la Santa Cruzada, que permitía a los españoles tomar huevos, leche y queso en Cuaresma. El bacalao era comida de gente humilde, por lo que los nobles no lo tomaban. Esto era sí porque se relacionaba este pescado con la gente morisca, de los que se decía que eran aficionados al pescado barato, como las sardinas. Los labradores comían migas con tocino, pan con cebolla, ajo o queso, y por la noche preparaban una olla de berzas o nabos con un poco de cecina.
 


            Las especias eran propias de la cocina islámica. Usaban azafrán, clavo, jengibre, canela (que era la más usada), cardamomo, nuez moscada, pimienta y toda clase de plantas aromáticas, perejil, orégano o tomillo. El ajo era muy usado y también la sal. Pero servían más para enmascarar la mala carne que para otra cosa, ya que cuando ésta se encontraba un poco podrida o en mal estado, se comía igual, y de este modo sabía algo mejor. El olor a ajo y cebolla era un detalle que delataba a las gentes humildes.

            Además de las costumbres culinarias en este momento histórico, existían otras muy curiosas, tales como los hábitos en el vestir. Las clases humildes solían vestir en su trabajo con prendas de cáñamo, que resultaban ciertamente ásperas aunque resistentes, y cuando debían asistir a algún lugar en sociedad, podían elegir el lino o el algodón como materiales para sus ropas. Normalmente se vestía una camisa de lino bajo un chaleco o chaquetilla en conjunto con un jubón de faldón largo o corto, aunque las mujeres vestían camisola y vestido, con una saya o sayón que casi siempre era de lino. Tanto unos como otros usaban medias o calzones bajo la ropa. Las prendas más habituales también era frecuente que estuvieran confeccionadas con lana, que abrigaba más. En el siglo XVII, entre la gente de
mar estaban de moda las casacas de cuello redondo de lona abotonadas, fuertes y resistentes tanto al desgaste como a la humedad y el frío. Entre los tejidos de mayor calidad figuraban la seda, las muselinas, el chifón, crepe, terciopelo, damascos, brocados y rasos, que formaban parte de los trajes y vestidos de los más ricos, alternando piezas diversas en las que jugaban principalmente los colores negro, azul marino, oro y rojo. Aunque los trajes iban rematados por cuellos de tela fina, las clases altas ostentaban las gorgueras, en forma de lechuguilla con vueltas, coronando uniformes y ropas de gran sobriedad, mientras las mangas estaban acabadas en unos remates llamados festones, que adornaban los bordes de las prendas, y que en los hombres eran ribetes de finas telas o encajes. Solamente la nobleza estaba autorizada a portar armas, que solían llevar sujetas a unos anchos cinturones con brillantes hebillas, que cruzaban la cintura o el pecho.

            Se usaban sombreros castor de ala ancha, muy extendidos sobre todo entre la gente campesina, o casualmente, a finales de siglo los sombreros de pico, aunque éstos circulaban más entre ingleses, holandeses y franceses que entre españoles, y entre éstos últimos, eran más habituales entre hidalgos y nobles. Los marineros portaban gorros redondos de lana o capuchas de lona engrasada. De vez en cuando, se observaban sombreros con cierta copa, adornados por cintas con hebillas.

            El calzado entre los hombres consistía en zapatos bajos para vestir y botas o sandalias en el día a día, unas piezas que confraternizaban con las botas altas de taco entre los hidalgos además de las clases altas, además de entre la gente de mar. Las damas de alcurnia calzaban un tipo de zapatos llamados chapines, que eran de mucho lujo, y les protegían mayoritariamente del barro de las calles. Entre las mujeres de alto rango los peinados eran muy importantes, ya que destacaba una moda, que a finales de siglo se impuso desde Francia, bajo la corte de Luis XIV, y que tuvo un gran auge en toda Europa. Estos mostraban tirabuzones ensortijados, que se adornaban con lazos, joyas, velos y mantos de telas costosas. Las doncellas se hacían grandes tocados con gasa de muselina o sedas finas. También encontramos los verdugados o los guardainfantes, que eran una especie de saya acampanada, formada por una estructura de alambre, madera o ballenas que abrían la falda por debajo, haciéndola amplia, y se acompañaba de corpiños apretados o jubones, cuya parte alta mostraba grandes escotes atrevidos y provocativos.


 
Los precios y la economía de la época.

         Las fortunas de los grandes terratenientes, los nobles, cargadores e hidalgos marcaban una gran diferencia frente a las gentes humildes, especialmente en los momentos en que en pleno s. XVII, la crisis económica invadió España, azotando trágicamente a unos y a otros.

            Entre las equivalencias  monetarias de los siglos XVI y XVII encontramos las siguientes:

1 ducado de oro del siglo XVII equivalía a unos 20 euros actuales (3000 pesetas antiguas).

1 ducado castellano de oro (3,49 gramos) = 375 maravedíes.

1 real de plata (3,43 gramos) = 34 maravedíes = 11 dineros y 4 gramos.

1 escudo de oro = 350 a 510 maravedíes (el escudo de oro sustituyó al ducado en 1537 para volver éste último a circular después)

1 doblón de oro = 1020 maravedíes

1 real de a 8 de plata = 272 maravedíes (escudo de plata)

1 real de a 4 = 136 maravedíes (medio escudo de plata)

1 real de a 2 = 68 maravedíes

1 real sencillo = 34 maravedíes

Medio real = 17 maravedíes

1 blanca (1,197 gramos)  = Medio maravedí = 7 gramos

            Un arriero o jornalero venía ganando alrededor de 17 maravedíes al día; el de un criado al servicio de la nobleza rondaría entre los 30 y los 300 reales al mes, es decir, el equivalente a un sueldo entre los 32 y los 326 ducados al año, aunque esto dependía del nivel de los servicios de ese criado y la alcurnia del personaje al que sirviera. Como diferencia entre los ingresos debido a las clases sociales, basta comentar que el  marqués de Villena tenía unos ingresos anuales de 100.000 ducados, y un campesino venía ganando 1 ducado al año. Un albañil podía tener hacia 1650 unos ingresos que oscilaban



entre 11 y 12 reales al día, y 16 reales hacia 1679. Un obrero no especializado recibía 7 reales al día en ese  mismo año, pero un carpintero especializado, como era el caso de los que trabajaban en astilleros, podía ganar hasta 22 reales si era oficial.

 
          En este sentido, el precio de los objetos de cocina o prendas de vestir sencillas se comerciaba por un precio que iba desde 15 maravedíes hasta los 120, pero una esclava de 28 años, sana, valía unos 150 ducados, que en el caso de un esclavo sano y fuerte podía llegar a los 300 cuando era joven, lo mismo que un galeote prisionero prendido en una batalla.

            Un general de la Armada cobraba unos 4000 ducados al año. Un capitán de barco podía llegar a ganar una media de entre 20 a 30 reales al mes por sus servicios, es decir, unos 350 ducados al año o en ocasiones, si era veterano, unos 27 escudos al mes, y un marinero alcanzaba una paga de unos 48 ducados al año.
 


            La construcción de una nao o un galeón superaba frecuentemente, a finales del siglo XVII, los 2 millones de ducados, y aún había que armarlo, fletarlo y equiparlo con bastimentos, lo que daba una idea aproximada de lo que suponía poseer una flota de guerra. Un buen botín cazado en el mar podía suponer varios centenares de miles de ducados, que equivaldría a la paga de un capitán durante varios años, o a los ingresos de un noble en todos sus señoríos durante 2 o 3 años.